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En la cueva de Caracas solían estar a todas horas, de tertulia, un borracho, que se llamaba Joshepe Tiñacu, y un tipo mediotonto, de blusa azul y de gorro rojo, que vigilaba las lanchas, apodado Shacu. Zelayeta y yo intimamos con aquellos y otros avinados personajes, al ir a ver cuándo concluía Caracas nuestro barco.

Nosotros no le hacíamos caso, seguíamos remando, y él, más enfurecido gritaba: ¡Ladrones! ¡Piratas! ¡Corsarios! Ojalá os muráis de repente. Entonces Zelayeta, que a veces tenía mala intención, le decía: Vamos a vender tu lancha. ¡Llora, Shacu! Y a él le entraba tal desesperación, que pateaba, tiraba el gorro rojo al suelo, y casi comenzaba a llorar de rabia.

Al principio le dábamos al guardián alguna moneda para tenerle contento; pero luego le cogíamos la lancha sin decirle nada. Mientras veía que entrábamos en el bote, hacía como que no se fijaba; pero cuando pasábamos por delante del agujero de Caracas, Shacu se adelantaba y se ponía a gritar con todas sus fuerzas: ¡Dejad esa lancha, granujas!

Nosotros, Zelayeta, Recalde y yo, encontramos en una un gran cañón de bronce; pero hicimos los tres juramento de no comunicar a nadie nuestro hallazgo. Un poco más lejos, antes de la primera presa, había poéticos rincones llenos de espadañas y de saúcos, y una pequeña gruta por donde brotaba un manantial. Al volver de nuestras expediciones, a Shacu se le había pasado la rabieta.

Como decorativo, lo era; para aparecer colgado en el crucero de una iglesia estaba muy bien; pero no andaba en el agua. Así son muchas de nuestras cosas. Para mitigar este fracaso, Shacu se avino, por consejo de Caracas, a prestarnos una chanela de Zapiain, el relojero y corredor de comercio. Esta chanela, que Shacu guardaba, se llamaba el Cachalote.

Zelayeta dijo que quizá fuera mejor dejar la expedición para otro día, porque el cielo estaba obscuro y la mar algo picada; pero Recalde afirmó que aclararía. Ya decididos, compramos queso, pan y una botella de vino en el Guezurrechape del muelle; bajamos al rincón de Cay erdi donde guardaba sus lanchas Shacu; desatamos el Cachalote y nos lanzamos al mar.