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El agradable Abu-el-Casín, al escuchar tal reseña, dijo para : "Ya tengo el centésimo vigésimo quinto aljamel que me faltaba para el completo de mi cuenta"; y cogiendo al elocuente El-Wadar por la manga de su aljuba le interrumpió en su agradable ejercicio, sintiendo tal contratiempo aquel orador, no tanto por el puesto que iba a ocupar entre los aljameles de Ben-Farding cuanto por el negro disgustillo y rabieta de no oirse así propio en el vigésimo discurso que había ya principiado a pronunciar a su auditorio, y que hubiera sido más torneado y salido con más arrebol y afeites de palabrillas y colorines que las diez y nueve pláticas restantes y trompeteadas por sus labios aquel día.

Apuesto que la causa de toda su indisposición ha sido alguna rabieta que ha tenido con D. Valentín. Pues te equivocas. Mi madre no ha tenido la menor rabieta con nadie en todo el día de ayer. Papá estuvo en el campo. Entonces se concibe que no rabiase con él. ¿Y contigo no rabió? Hace días que mi madre está dulcísima conmigo.

Jamás la voz argentina de la pequeña se rompía en un llanto descompuesto o en un acedo grito; jamás sus magníficos ojos de gacela se empañecían con iracundas nubes, ni su cuerpo gallardo se estremecía con el espasmo de una mala rabieta.

La duquesa pescó al vuelo la indirecta, y contestó tan sólo con una sonrisa que encubría este pensamiento: ¡Estás fresca!... ¡Cualquier día te cobras, endosándome a la niña por nuera!... ¡Una duquesa de Bara, née López Moreno! ¡Dios nos asista! Currita, por su parte, guardaba aquella tarde un solemne silencio, hijo de una rabieta de dos mil demontres que le bailaba por dentro.

Nosotros, Zelayeta, Recalde y yo, encontramos en una un gran cañón de bronce; pero hicimos los tres juramento de no comunicar a nadie nuestro hallazgo. Un poco más lejos, antes de la primera presa, había poéticos rincones llenos de espadañas y de saúcos, y una pequeña gruta por donde brotaba un manantial. Al volver de nuestras expediciones, a Shacu se le había pasado la rabieta.

Clementina las escuchó en la misma actitud altanera. No se dejó ablandar hasta que le contempló bien humillado, pidiéndole de rodillas, como precioso favor, aquel mismo arreglo que hacía un instante había calificado de infamia y asquerosidad. Por aquellos días la dama experimentó una rabieta tan viva que estuvo a punto de enfermar. Y no le faltó motivo.