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Hasta entónces bien podia yo creerme sobre uno de los tributarios del Mamoré, y la direccion tomada era buena; mas de repente se presenta delante de nosotros una cadena de elevadas montañas, y el rio por el que seguíamos, recibiendo un otro curso de agua, que venia del estesudeste, dió vuelta bruscamente hácia el nornorueste.

Pero, ¡ay! en la Argelia como en América, los blockhaus están hechos para ser bloqueados, y, al día siguiente, cayó sobre nosotros una nube de tuaregs como los saltamontes del desierto, ejecutando en nuestro honor un brillante tiroteo. Seguíamos estando prisioneros, aunque en mejor compañía.

¿Embajada Francesa? le preguntaba yo frecuentemente con inquietud. Ya, ya respondía el hombrecillo, y seguíamos rodando. Deseaba pedir algunos otros informes; pero era imposible porque mi conductor no hablaba francés, y yo mismo por aquella época sólo conocía de la lengua alemana dos o tres frases muy elementales, en que se trataba de pan, cama y comida, y en manera alguna de embajador.

La idea de perdernos no nos contrariaba mucho, porque saboreábamos de antemano mano el gusto de salir al fin a puerto sin auxilio de práctico y por virtud de nuestro propio instinto topográfico. El laberinto nos atraía, y adelante, adelante siempre, seguíamos tan pronto alumbrados por el sol como por el gas, describiendo ángulos y más ángulos.

El Rey empezó a hablar de lo que se proponía hacer; Sarto, de lo que había hecho; Tarlein se destapó por unas aventuras amorosas, y a me dio por encomiar los altos méritos de la dinastía de los Elsberg. Hablábamos todos a la vez y seguíamos al pie de la letra la máxima favorita de Sarto: mañana será otro día. Por fin, el Rey puso su copa sobre la mesa y se reclinó en la silla.

Á pesar de ser el mes de Septiembre, y por consiguiente estar en plena monzón del SE., puede decirse tuvimos vientos de todos los cuadrantes menos de aquel. Esto demuestra una vez más lo insegura que es dicha monzón, lo que no sucede en la del NE., por lo menos en el derrotero que seguíamos.

Y seguimos y seguimos... y yo vi que si seguíamos así, pronto íbamos a acabar el hilo que enrollábamos alrededor de la Tierra, que era nada menos que el hilo de nuestras vidas. Con harta razón alarmado, supliqué a Nanela que nos detuviéramos... Ella no me escuchó, ocupada en cantarme su canto de amor a través de nuestra ruta vertiginosa.

A las ocho salimos del Salto, en conserva del Capitan D. Juan Antonio Hernandez, quien nos dijo seguiamos el destino á Melincué.

Una vez hablaba a Maltrana, una voz sin vibración, que repercutía en su cerebro sin haber pasado antes por su oído: Y así marchamos a través del misterio azul, en busca de una lejana tierra de ensueño para nuestro cargamento de miserias y ambiciones. Hace años, seguíamos todos el mismo rumbo con la tenacidad de un rebaño que no conoce otro camino.

Al cerrar para siempre los ojos, sonó junto a él una voz: Te seguíamos la pista, pájaro. Bien escondido estabas, pero te has descubierto con una de las tuyas. Ahora veremos qué cuenta das de las joyas de la Virgen... ¡ladrón! El terrible enemigo de Dios y del orden social no dio cuenta alguna a los hombres.