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Puesto que no partiréis en algunas semanas, observó la anciana, se me ocurre que este joven puede prestarnos un buen servicio durante su permanencia en el castillo. ¿Entiendo que en la abadía habéis aprendido mucho? He estudiado mucho, señora, pero aprendido sólo una pequeña parte de lo que saben mis buenos maestros. Lo que sabéis basta á mi propósito.

Tal compañero de colegio nos profesa cariño hasta mil francos; tal camarada de placer llega a prestarnos cien luises; tal vecino compasivo representa un valor de mil escudos.

Al punto los ingleses que lo custodiaban dispusieron prestarnos auxilio, y no tardamos en hallarnos todos sanos y salvos sobre cubierta. El Santa Ana, navío de 112 cañones, había sufrido también grandes averías, aunque no tan graves como las del Santísima Trinidad; y si bien estaba desarbolado de todos sus palos y sin timón, el casco no se conservaba mal.

No se renuncia porque los demás pueblos americanos no puedan prestarnos su ayuda; porque los Gobiernos no ven de lejos sino el brillo del poder organizado, y no distinguen en la obscuridad humilde y desamparada de las revoluciones los elementos grandes que están forcejeando para desenvolverse; porque la oposición pretendida liberal abjure de sus principios, imponga silencio a su conciencia, y por aplastar bajo su pie un insecto que importuna, huelle la noble planta a que ese insecto se apegaba.

En vano Cupido pretendía distraerla haciendo chistes sobre la inundación. Mira, tía, este caballero es el hijo de tu amiga doña Bernarda. Ha venido embarcado para prestarnos auxilio. Es muy bueno, ¿verdad? La vieja parecía imbécil por el terror. Miraba con ojos sin expresión a los recién llegados, como si hubieran estado allí toda su vida. Por fin pareció enterarse de lo que le decían.

Una carcajada sonora animó con sus interminables ondas la tétrica obscuridad. ¡Si es Cupido! ¡el amigo Cupido!...le conozco en la voz. Tía, tía; no llores más, ni te asustes ni reces; aquí viene el dios del Amor en una barquilla de nácar a prestarnos auxilio. Rafael se sentía intimidado por aquella voz ligeramente burlona que parecía poblar la obscuridad de mariposas de brillantes colores.

Hullin, por su parte, no vio en él mas que un loco, y poniéndole suavemente la mano en el hombro le dijo irónicamente: ¡Salud, Yégof! ¡Vienes sin duda a prestarnos el socorro de tu brazo invencible y de tus innumerables ejércitos! El loco, sin revelar la menor sorpresa, respondió: Eso depende de ti, Hullin; tu suerte y la de toda esta gente pende de tus manos.

Como decorativo, lo era; para aparecer colgado en el crucero de una iglesia estaba muy bien; pero no andaba en el agua. Así son muchas de nuestras cosas. Para mitigar este fracaso, Shacu se avino, por consejo de Caracas, a prestarnos una chanela de Zapiain, el relojero y corredor de comercio. Esta chanela, que Shacu guardaba, se llamaba el Cachalote.