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¡No llores, Luis, no llores!... ¿Ves cómo eres bueno? Estás llorando por . ¡No he de llorar por si eres mi hija! Llámame padre... ¡Yo soy tu padre! ¿Lo sabes, lo sabes? , lo ... eres mi padre y yo soy tu hija... Tengo sueño... Déjame dormir sobre tu pecho. Y dejó caer sobre él la cabecita blonda.

«¿Pero yo qué he hecho?... ¡Oh!, bien hecho está... ¡Llamarme a ladrona, ella que me ha robado lo mío!». Se volvió para atrás, y como quien echa una maldición, dijo entre dientes: « me llamarás lo que quieras... Llámame tal o cual y tendrás razón... serás un ángel... pero no has tenido hijos. Los ángeles no los tienen. Y yo ... Es mi idea, una idea mía.

Estas manos, que se ha de comer la tierra, lo han condimentado todo. Estoy orgullosa de mi habilidad culinaria. Ha sido mi tarea del día de hoy. Bien puedes decir como Tito interpuso donna Olimpia que no has perdido tu día. ¿Lo oyes, Tiburcio? Llámame tu Tita que es más breve y más dulce que tu Teletusa. Y diciendo esto, puso sobre la mesa el plato con la cabeza de jabalí.

Y pasado el frenesí de aquellas horas, cuando el caballero, deprimido y amustiado, se hundía en su sillón patriarcal a la vera de la ventana, llamaba a Carmencita, y acariciándole lentamente los cabellos, le decía «a escucho»: Llámame padrino, como siempre, ¿sabes? También la niña respondía que .

Este es el caso, Nieves: éste es el caso de importancia para . Niega ahora mis supuestos y llámame injusto, y, sobre todo, dime qué contestación he de dar yo a ese pobre muchacho. Si has de darle la que merece respondió Nieves con gesto despreciativo , no hay que calentar mucho la cabeza para discurrirla. A ver.

¡Qué dices, muchacha! exclamé ¡las gracias te las debo a por haber asistido y haber honrado mi casa con tu graciosísima presencia! Y la di un apretado beso, expresión efusiva de mi hondo cariño. No diga usted eso, señora. Ya te he dicho muchas veces que no me llames señora; llámame Marianela, con absoluta confianza, como si fuera una hermana mayor.

Yo me siento, sobrina, a punto de muerte; querría hacerla de tal modo, que diese a entender que no había sido mi vida tan mala que dejase renombre de loco, que, puesto que lo he sido, no querría confirmar esta verdad en mi muerte. Llámame, amiga, a mis buenos amigos: el cura, al bachiller Sansón Carrasco y a maese Nicolás, el barbero, que quiero confesarme y hacer mi testamento.

¿Por la ella del enredo? ; ¿cómo os ha ido con el rey? Me dejásteis temblando. Y allá se queda él confuso. ¿Tanto le habéis dicho? Al contrario, no le he dicho nada. Pero decidme, ¿por qué ansiais? Porque vayáis á ver al momento á doña Clara de Soldevilla. ¿A tan hermosa dama me enviáis? Vos podéis ir á ella sin que yo os envíe. Me estoy bien donde me quedo... ¿Llámame doña Clara? .

Pero el otro, sin desconcertarse, sin dejar de acariciarlo con los ojos, contestó con suave desmayo: No seas ordinario; no digas esas cosas... Llámame alma iniciada. Huyó Maltrana de tales... almas, no volviendo más a la cervecería. Cansado de tertulias estériles y acosado por la necesidad, tuvo que pensar en la conquista del pan. Nada le restaba de la herencia de su protectora.

En algunas de estas extrañas crisis don Manuel tomaba entre sus manos ardientes la cabeza gentil de la niña y, mirando en éxtasis sus ojos garzos y profundos, le había dicho con fervor: Llámame padre..., ¿oyes?... llámame padre. La niña, trémula, decía que .