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Cuando fatigados de tantos viajes recalaban en Madrid y vivían separados por algún tiempo, él en casa de su hermana, ella con una tía a la que consideraba como una segunda madre, esta separación parecía enardecer sus celos. Al verse Teri por las tardes en el cerrado dormitorio, adonde llegaba suave y quejumbroso el sonido de «la campana de don Miguel», tenía de pronto exabruptos coléricos.

Pero estas lágrimas serán dulces como lo son siempre las que el arte nos hace llorar. Esto dijo el bardo del ministerio de Ultramar con voz ronca. Carlota le miró con ojos coléricos; pero Mario, trastornado por el dolor, se abrazó a él sollozando. ¡Gracias, D. Dionisio, gracias! No lo dude usted, amigo Costa.

Se diría que los Alpes, orgullosos de los magníficos horrores que guardan en su seno, han querido perseguir al Rin, el fruto de sus admirables neveras, atravesando en su curso un cordon de peñascos que les hagan recordar á los pueblos de las llanuras alemanas que el imperio de los gigantes graníticos de la Suiza alcanza hasta muy léjos de sus altísimas cascadas, sus picos formidables, sus torrentes coléricos y sus lagos románticos!

Y el poeta heroico se sentó, jadeando de emoción y de fatiga. Su discurso había terminado. Pierrefonds optó por marcharse, sin que el público reparase en su fuga, ni en sus gestos coléricos, ni en las palabras de indignación que iba barboteando. Después de aquella noche, nadie le ha visto más.

E Padre Crespo es el prototipo acabado del misionero de la fe y el patriotismo: espíritu batallador, que lo mismo sabe dominar las fatigas de su cuerpo en las largas noches de insomnio en los hospitales de coléricos, que vencer con un entusiasmo sin límites y una tenacidad á toda prueba los múltiples obstáculos que por doquier se le presentaron para organizar y dar carácter permanente á veladas lírico-literarias, que periódicamente se celebran en aquella casa, en la que el libro, la revista y el periódico tienen un lugar preferente.

Quiero más sentarme aquí que á la diestra de Dios Padre. Soledad se encogió de hombros con desdén y murmuró: ¡Tardaba ya mucho! Estaba inquieta desde que Antoñico se había acercado á María-Manuela. Sus ojos se clavaban coléricos en ellos y querían pulverizarlos. Las palabras temblorosas de Velázquez le parecían un ruido molesto, la ponían aún más nerviosa.

Y así lo hizo. Granate al sentir aquella carga tan dulce quedó enajenado, y con increíble audacia le pasó un brazo por la cintura. La joven se alzó como si la hubiera pinchado. ¿Qué haces, bruto? ¿Crees que estamos en la manigua y soy alguna negra cimarrona? Después de contemplarle un rato con ojos coléricos, su fisonomía se fue serenando, sus labios se dilataron con sonrisa dulce.

Clementina le miraba en tanto con ojos coléricos. Se puso en pie vivamente, como si la alzara un resorte: luego, refrenando su ímpetu y adquiriendo calma, avanzó lentamente hacia la alcoba, penetró en ella, recogió su sombrero de la cama y comenzó a ponérselo frente al espejillo de una cornucopia, con ademanes lentos, donde se adivinaba, sin embargo, en el levísimo temblor de las manos, la sorda irritación que la embargaba.

Al decir estas palabras, le embargó la emoción, se le anudó la voz en la garganta y rompió a sollozar fuertemente. Lolita se la quedó mirando un buen rato, con ojos coléricos, el semblante pálido y las cejas fruncidas; por último se levantó repentinamente y fue a reunirse con sus amigas que estaban algo apartadas formando un grupo.

Los cinco hermanos, revueltos en un tropel, siguen gritando en el centro de la estancia, y los brazos se levantan sobre las cabezas amenazadores y coléricos. DON FARRUQUI