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Actualizado: 13 de mayo de 2025
Pues bien, al escuchar las palabras de Suárez, el gallego me hizo ver inmediatamente el aspecto práctico del asunto, que el poeta tenía olvidado de un modo lamentable. ¡Dos millones! Las gracias de la hermana, ya muy grandes, crecieron desmesuradamente con aquella repentina aureola de que la vi circundada. El gozo se me subió a la cabeza, y no tuve la precaución de disimularlo.
Nuestros contemporáneos ciertamente no lo habían olvidado cuando vieron traspasar la frontera el estandarte naturalista, que no significaba más que la repatriación de una vieja idea; en los días mismos de esta repatriación tan trompeteada, la pintura fiel de la vida era practicada en España por Pereda y otros, y lo había sido antes por los escritores de costumbres.
Volviendo, al fin, los ojos hacia don Sabas, de quien me había olvidado un buen rato, porque el mismo tiempo hacía que no se cuidaba él de mí, le hallé, por las trazas, leyendo el gran libro en la misma página que yo.
¿Has olvidado el tú ya? ¡Tanto tiempo se pasó! Tienes razón... Pero mira cómo yo no lo he olvidado. El miércoles le vi... te vi en la carretera de Nieva... Ibas en un caballo blanco... Era una yegua. Creí que te tiraba. ¡Tirarme! exclamó Pablito frunciendo el entrecejo. ¡Afloja un poco, chica! A mí no me tira tan fácilmente una jaca.
Allí se habían olvidado por completo de que formaba parte del programa de los regocijos y festejos con que se celebraba el día del Santo, un toro de cuerda, que entonces fue vaca, como hemos dicho.
Mi estera es blanca; mis alcarrazas tienen flores frescas y yo le guardo magníficos cigarros de la Habana. LA JOVEN. Hermano José, hermano José, ¿me ha olvidado, usted, pues? y sin embargo, yo no he omitido ni una misa ni un Angelus. FLORES. Parece, compadres, que el reverendo dirige la conciencia de la señora: afortunadamente es robusto, porque esa debe ser una terrible tarea. ¡Amén!
Justo; como se ha concluido el género femenino... Tiene usted razón, ya no hay mujeres. Para mí como si no las hubiera... ¿Qué le dije a usted ayer? Ya no se acuerda. Si ya se sabe: cosa que yo le diga a usted es como si la escribiera en el agua. De veras que se me ha olvidado. ¿Te acuerdas tú, Bárbara? No, si Bárbara no estaba presente. No importa.
¡Si viera usted, Gloria, qué tristeza he pasado estos días en que no tenía noticias suyas! Creí que me había usted olvidado. Yo no me olvido nunca de los buenos amigos. Además, le había prometido una cosa, y de ningún modo querría dejar de cumplir mi promesa. ¿Qué cosa? ¿No se acuerda usted? Las calabazas... ¡Ah, sí! exclamé riendo.
Tenía las manos apoyadas en los muslos, con los codos sacados hacia adelante, el torso erguido, el cuello estirado, la cabeza desviada en leve escorzo de melancolía y desdén, el cigarro puro olvidado y periclitante en un ángulo de la boca. Levantaba dos palmos sobre los otros tertuliantes.
Es extraño que haya usted olvidado su nombre; ¿pero aún queda el medallón? No por cierto; le vendí: era necesario criarla... yo era pobre. ¿Pero no recuerda usted lo que el medallón contenía? Sí por cierto: un retrato de mujer. ¿Y las señas de esa mujer?
Palabra del Dia
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