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Melchor los tomó y leyendo ávidamente la dirección de cada uno los repartió diciendo: Este es para ; señor Lorenzo Praga; señor Ricardo Merrick; éste también es para . De mamá, que están todos buenos dijo Lorenzo. Lo mismo en casa agregó Ricardo. Por casa también, sin novedad; el otro es de Clota.

Ahora que me hace acordar: me dijo la señora, don Melchor, que le dijera que la niña Clota los acompañó sin descanso en los días que el señor estaba peor. Pero... ¿qué ha estado mal el viejo? le preguntó Melchor. , señor... al principio no estuvo muy bien, ¿no le decía?... pero ya va mejor.

Mira: en la oficina me dan licencia, reemplazándome el subjefe, un excelente compañero, mientras dure mi ausencia. ¿Y el sueldo? ¡Es claro que lo cobrará él! ¿De modo que no figurarás para nada? Figuraré con licencia; y Clota... también me ha dado licencia agregó Melchor, riendo y abrazando cariñosamente a su madre.

De Clota... decía Melchor a medida que leía los sobres; ésta también...; del viejo...; de Clota...; de Clota...; de mamá...; de Lolita...; éstas tres de Clota...

Por aquí no hay más novedad, sino que tu Tata no se siente bien desde el viernes, pero no es cosa de cuidado; todos te extrañan mucho y están deseando que vuelvas; Clota ha llamado varias veces por teléfono para pedir noticias y dice que no ha recibido cartas tuyas como nosotros tampoco las hemos recibido, ¿qué es eso? ¿por qué no escribes?

Pero evítalo, pide nueva licencia, o renuncia de una vez. ¡No quiero!... ¡Qué me echen!... ¡Mejor!... ¡Cómo ha de ser mejor!... Y sobre todo tu padre está enfermo. El viejo no tiene nada... Eso no lo sabes... Además, Clota...

...Aquí realizaría el ideal de mi vida pensaba Melchor, en la más pequeña de estas propiedades pasaría toda mi vida, reducido al trato de los míos... mis padres... mis hermanos... Clota... los hijos que tuviéramos... todos viviendo la vida sana y pura del campo... ¡Y pensar que los dueños de estas estancias sólo vienen a pasar breves temporadas en ellas cuando los arroja de la ciudad la prescripción imperiosa de la crónica social que publican los diarios!... ¡Ah!... ¡es toda una tiranía la vida moderna!... Vanidades que no tienen nombre... exigencias que no tienen ningún fin moral... Absurdas necesidades que no conducen más que a sacrificios improductivos... una desenfrenada carrera por aventajar al que va delante... ¡y el poder arrollador de ese vértigo dantesco en que todos vivimos pagando en lágrimas y en angustias y en ruindades y en bajezas nuestro tributo miserable y estéril!... ¡Y cómo al alejarnos de ese ambiente vemos la densidad de las sombras que lo envuelven!... ¡Cuántos hombres lacerados por la envidia... abrumados por el pesar de obligaciones anonadadoras y contraídas con el solo fin de pagar dos líneas de esa crónica social!... ¡Cuántas energías malogradas... y cuánto sacrificio sin provecho!... ¡Superficialidad y mentira!... ¡mentira en todo!... La mentira contumaz en la sociedad entera... porque no somos una sociedad en que se mienta más o menos... ¡somos una sociedad que miente!... Si casi no hay un sólo hogar de alguna apariencia en que no impere la mentira... Los padres simulan una capacidad económica de que carecen... los hijos fingen una educación que no tienen... ¡mienten!... las hijas gastan lujos que no han pagado... mienten... las señoras... las señoras... las señoras...

Pero cómo no he de reírme, Ricardo, si todas tus desgracias caben bajo un mismo rótulo que inspira risa: «¡amores contrariados!» Y volvió a reír estrepitosamente. ¡Yo habría de verte si Clota te dejase por otro! dijo Ricardo calculando herir en lo más hondo. ¡Ya está! prorrumpió vehementemente Melchor. ¿Quieres que te diga lo que sucedería?... pues bien, escucha: primero pensaría: es mentira.

¡Pero los de siempre, Melchor! Es claro que te frecuentan menos por tus visitas a Clota... y porque, al fin y al cabo, también has cambiado... ya no eres tan chacotón ni tan conversador como antes.

Y así fue clasificando las cartas que ponía reunidas por procedencias hasta que, terminada esta operación previa, tomó todas las de Clota que eran las más y procurando descifrar la fecha en el sello del correo que inutiliza la estampilla perdió un buen rato en ponerlas por orden. ¡Cuántas cartas!... ¡qué barbaridad!