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Bueno: ¡otro adiós! adiós, mamá; adiós, muchachas; díganle a tata que no me despido otra vez por no despertarlo, y escriban, ¡eh! y no se olviden del frac y luego, dirigiéndose al cochero: vamos a casa de Merrick, ¿sabes? en la avenida. El señor Ricardo está ya en casa; yo fui a buscarlo. ¡Ah! entonces vamos allá.

¡Es lo que te recomiendo siempre!... ¡pero no lo necesita!... ¡No saben ustedes lo que vale esta prenda! ¡Cállese, le digo! Don Casiano, que con Melchor llegaba a reunirse con el grupo de la Pampita, dijo a ésta: ¿Y ésas son las flores que les has juntado? No quisieron más, tata. ¡Gran cosa! Es suficiente, señor. Apurémonos dijo Melchor que la noche se viene.

"Tata Dios", que no tiene juguetes ni caramelos, y que se enoja con los niños malos o desobedientes, y los castiga, no se diferencia del "Cuco" sino en que éste hace siempre el mal, sin necesidad de enojarse previamente, porque es malo de profesión. También, si Dios no se enojase y no castigase, el niño no le haría pizca de caso.

¿Bromas?... ¿A que digo «de qué» estás enfermo?... ¿Digo? ¡Pero esta muchacha que no viene! exclamó el viejo, más que nada por cambiar de conversación y aproximándose de nuevo a la ventana, dijo: ¡Pampita! ¿y el mate? ¡Voy, tata!

El pueblo, que está bebiendo ó bailando, le saluda y da la bienvenida con gritos descompasados y mucha algazara, diciendo: ¿Tata equice? Padre, ¿ya has venido? á que responde él con el título de Panitoques, esto es: «¿Hijos qué hacéis? ¿Estáis bebiendo ó comiendo?

Al volver a sentarse me dijo que no sabría descifrar el enigma planteado con mi contestación. «Quizá» le contesté «fuera indiscreto aclararlo sin su permiso.» «¿Y necesita usted de mi autorización para hablar?», me preguntó riéndose. «No se ría usted» le dije, «porque acaso hubiéramos de hablar de cosas serias... muy serias». «Vea, usted... señor... a me interesan siempre las cosas serias... a pesar de ser una muchacha como cualquiera... Cuando vienen ciertas personas a visitar a tata y hablan de «cosas serias», yo me entretengo mucho más que con las conversaciones de mis amigas... ¿qué raro, eh?» «En un espíritu selecto como el de usted» le respondí, «eso se explica; pero, desgraciadamente, mi conversación no tendrá aquel carácter, y permítame que insista en pedirle su permiso para hablarle de las «cosas serias» a que me he referido.» ¿Y quieren creer ustedes lo que me dijo?... Pues me preguntó con una ingenuidad insuperable: «¿Usted va a comer con nosotrosYo me quedé como aturdido y sólo atiné a decirle: «Creo que usted no está segura de que su señor padre venga a comer...» «Por eso le pregunto» me contestó, «para mandarlo buscar.» «Pues bien», le dije, en una forma que no pude reprimir, «de usted depende que acepte su inestimable invitación o que me retire inmediatamente, y acaso para siempre». Yo había visto a la Pampita sonriente, amable, bromista, seria, sin perder el gesto de suprema bondad que la distingue: ¿te acuerdas, Lorenzo?

¡Divina! pensaron simultáneamente Lorenzo y Ricardo al aparecer la Pampita, a quien fueron presentados por Melchor y de quien recibieron un saludo despojado de toda afectación. ¿Y el mate, hijita? Ahí lo trae el «ñato», tata repuso ella tomando una silla y sentándose con la majestad de una reina y la sencillez de una niña.

Pampita, ¿y no comemos? le preguntó don Casiano, interrumpiendo aquel soliloquio, cuya causa podía estar y no estar en la casual línea de luz del horizonte. , tata; ya mandé sacar repuso, dirigiéndose hacia el comedor, seguida de su padre. Camino del pueblo iba, entretanto, el break a largo trote, hablándose en él del tema obligado: la «Pampita».

Por aquí no hay más novedad, sino que tu Tata no se siente bien desde el viernes, pero no es cosa de cuidado; todos te extrañan mucho y están deseando que vuelvas; Clota ha llamado varias veces por teléfono para pedir noticias y dice que no ha recibido cartas tuyas como nosotros tampoco las hemos recibido, ¿qué es eso? ¿por qué no escribes?

¡A la, perfección, señor! ¡Si cada que hay una fiesta es la primera! repuso Baldomero, agregando: ¡Y miren que la cortejan!... ¡Pero, señor!... ¡De aquí y de todas partes!... ¡Pero nada!... ¡Yo no qué demonios de ideas le han metido en la cabeza a esta muchacha que no quiere saber nada con «nadies»!... Así me ha sabido decir muchas veces: «¡No me hable, Baldomero! ¡Yo no puedo pensar en «nadies» más que en tata!»... ¡Fíjense!... ¡Y tan muchacha que es!... ¡Y tan linda!... ¡Porque miren que como linda, es linda!... ¿No?...