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El poeta, pues, tiene en su mano los diversos hilos de este enredo: la rivalidad del Conde, del Duque y de César; el interés del último en no ser conocido del Conde, que lo cree muerto; después, la inclinación de Margarita á César, en lucha con su amistad á Serafina, etc.; pero estos diversos resortes no sirven, como sucede con frecuencia en las comedias de capa y espada, sólo para urdir una fábula divertida é interesante, sino para distinguir los caracteres y pasiones, en sus diversas fases, y ofrecernos un cuadro, en el cual se confunden, con las tintas más tenues, el amor y los celos, la tristeza y la risa, las ilusiones y la prudencia mundana; brillando, además, sobre todo este conjunto, el mágico resplandor de la poesía romántica más pura.

Como cosa de las doce serían cuando cavilaba yo ayer acerca del modo de urdir un artículo bueno que gustase a todos los que le leyesen, y encomendábame a toda prisa, con más fe y esperanza, a Santa Rita, abogada de imposibles, para que me deparara alguna musa acomodaticia, la cual me enviase inspiraciones cortadas a medida de todo el mundo.

Quizás si las maldades que la Condesa veía urdir al Príncipe, las conspiraciones en que sabía estaba mezclado, la sangre que, según oía decir, se derramaba por obra suya, había aterrado a la pobre mujer, y deseosa de impedir que perseverara en su labor tremenda, podía haber sorprendido alguno de sus secretos, o un secreto que, no fuera suyo: ¿habría entonces, la rígida disciplina de la secta misteriosa, armado el brazo de aquel hombre y de su cómplice?

Hecho lo cual, me dije con heroica decisión que yo no renunciaría por él ni por todos los malagueños diseminados por el globo al amor de Gloria y que nos veríamos las caras. Sin embargo, el horizonte se presentaba muy oscuro, había que reconocerlo. Era menester comenzar de nuevo y urdir otras intrigas. Se urdirían. ¡Vaya si se urdirían!

A ratos vivió alegre, igual que un gorrión, este poeta loco, amador e indolente; otras veces, sombrío cual Clitandro doliente... Cierto día, una mano llamó a su habitación. ¡Era la Muerte! Entonces, él suspiró: Señora, dejadme urdir las rimas de mi último soneto . Después cerró los ojos acaso, un poco inquieto ante el helado enigma para aguardar su hora...

La razón de llevar siempre la contraria Gonzalo Quiroga a don Mauricio Ibáñez, no era otra que el gustazo de ver cómo se inflaba y contraía y trasudaba el banquero en cada contradicción, y cómo meeroodeaaba inútilmente en el camino de su pobre retórica, para urdir una réplica con que confundir al importuno a quien ya temía de lumbre, o para salir siquiera medio airoso del atolladero, delante de los contertulios, que habían dado en tomar aquellas engarras como la más divertida de las comedias.

Después de urdir en su pobre entendimiento una mentira burda, presentósele don Quintín diciéndole en sustancia que Cristeta se le mostraba cada día más entera y rebelde; pero que él había discurrido manera de amansarla y rendirla.

Carrascosa era hombre de mucha travesura y socaliña, sutil como el aire, capaz de urdir en el seno de las familias las más hábiles marañas; iba y venía sigilosamente su color de preparar fiestas, de arreglar procesiones, y era, en resumen, un pícaro tercero. Así le llamamos por no darle otro nombre un poco soez, que alguien le aplicó oportunamente y conservó entre muchos con justicia.

Ya vuelve Yamandù con mas cuidado, Que tuvo con las cartas, pues pensaba Guardarlas para : mas ha acordado Urdir otra, pues esta no cuajaba. En tanto que la urde este malvado, Tratemos de Garay, que procuraba Bajar con muchas balsas y comida, Dejando