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Por desgracia, Coblenza ha tenido muchas imitadoras, en términos que su nombre se ha hecho por antonomasia la designacion precisa de todo centro de conspiraciones análogas á las de 1792.

Don Mariano, que no había cruzado la palabra con su hija, abrió el paraguas apresuradamente para taparla y la estrechó largo rato contra su corazón, murmurándole en el oído: ¡Hija mía, qué trago tan amargo me haces pasar!... Embózate bien... ¿Tienes frío? ¡Oh, me las pagará ese bruto!... Iré a Madrid a ver al ministro de la Guerra y conseguiré mandarlo a un castillo. ¿Te entra el agua por algún sitio, corazón mío? ¿Quieres mi impermeable?... ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Ah, grandísimo puerco! ¿De qué cuadra te habrá sacado este gobierno de sainete?... Si te pones enferma, le mato irremisiblemente... Pero a ti, mentecata, ¿quién te ha metido en estos líos de conspiraciones sin mi permiso?... ¡Si no te hubiese dejado arrastrar tanto los zapatos por las iglesias, a estas horas no estaría pasando tales amarguras! ¿Qué tienes que ver con los carlistas ni con los republicanos?... Una niña bien educada se está en su casa quietecita, cuidando de las camisas de su padre y haciendo calceta..., ¿estamos?..., y haciendo calceta... ¡Canalla! ¡Miserable! ¡Mandar traer atada a mi hija!... ¡Si le veo no respondo de no echarle las manos al cuello!...

En Zurich había comenzado a estudiar medicina, viviendo de su trabajo, de traducciones de obras científicas hechas por cuenta de editores alemanes y franceses. Estaba en relaciones con todos los refugiados políticos, pero no había tomado parte activa en las conspiraciones: por el contrario, de palabra y por escrito desaprobaba los continuos e inútiles sacrificios de vidas.

¡Oh, oh! exclamó Montiño , á quien empezaban á parecer bien aquellos polvos; ¿y para qué querían que la reina fuese obediente al rey? ¿y quién lo quería? Os diré, señor Francisco: la reina, en la apariencia, obedece al rey; pero en realidad conspira. ¡Ah, ah! eso es cierto. Pues bien; con las conspiraciones de la reina no se puede gobernar. ¡Ah, ya!

Después de ser abadesa, los regalos servían para que todas las monjas la llevasen á su celda y misteriosamente los chismes del convento. En el convento de las Descalzas Reales se conspiraba. Estas conspiraciones eran hijas de la rivalidad de las monjas. La comunidad, como toda sociedad, estaba dividida en bandos.

Aun así, le restaba una fortuna considerable a la Iglesia Primada, y mantenía su esplendor como si nada hubiese ocurrido; pero el señor Esteban husmeaba el peligro desde el fondo de su jardín, enterándose por los canónigos de las conspiraciones liberales y de los fusilamientos, horcas y destierros a que tenía que apelar el señor rey don Fernando para contener la audacia de los «negros», enemigos de la monarquía y la Iglesia.

Tuvo que emigrar don Carlos, y Ana quedó en poder de doña Camila, que por imprudencia imperdonable de Ozores se vio disponiendo a su antojo de la mayor parte de las rentas de su amo, cada vez más flacas, pues las conspiraciones cuestan caras al que las paga.

Todos cuantos han tenido la desgracia de trabajar en conspiraciones burdas saben perfectamente que los despabilados y parlanchines forman a sus espaldas una guardia de hombres soeces y brutales, que sirven para dar a la idea, en la ocasión precisa, su voz estentórea, su brazo salvaje y su representación apasionadamente popular.

De esta independencia nace el desembarazo con que he alabado francamente en distintas ocasiones, ora el amor de familia con que se ha solido colocar a los deudos y amigos de los gobernantes, cosa que ha variado ya enteramente; ora la prudente lentitud con que se han entregado y se entregan las armas a nuestros amigos; ora la oportunidad e idea con que se vistió a los señores Próceres, y en momentos de aprieto, fundados en que más da el duro que el desnudo; ora la perspicacia con que se han descubierto varias conspiraciones, y se ha salvado a la patria amenazada; ora la previsión con que se evitó que se interpretase mal la primera acometida del cólera; ora la precipitación con que se ha llevado a su término la guerra civil; ora... pero ¿a qué más? yo no he dejado cosa apenas que no haya alabado; y si algo me he dejado, por mi vida que me pesa, y téngolo de alabar hoy.

Tablas era de esta guardia, mejor dicho, era el jefe de ella, y había conseguido llevar al club a otros mocetones, que ni desmerecían de él en fuerzas corporales, ni le ganaban un ardite en talento. Pero, desgraciadamente para él, las conspiraciones de aquel tiempo carecían de fondos. Eran conspiraciones pobres, no por esto honradas.