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Sorege tenía la convicción de que Lea estaba en su casa y no quería abrir y veía claramente que entraba en lucha con él y estaba ganada por sus adversarios. Palideció de cólera, pero resistió las ganas que tenía de echar la puerta abajo de un puntapié y entrar por fuerza. El gentleman de los guiñapos y del sombrero de copa, que había dejado de lavar, le hizo ser razonable.

Naturalmente, tuve que seguirla y aún tengo levantado el estómago del hedor y de la podredumbre en que se revolcaban aquellos chiquillos y de los guiñapos infectos que servían de cama a la madre. ¿Pero estaba verdaderamente enferma? ¿No habían mentido los niños? Lo estaba y mucho, según creo. Habían dicho la verdad.

Respetaba a los curas, nunca les había faltado en tanto así; y de la familia no habría qué decir; todos los suyos habían ido al monte a defender al rey legítimo, porque así lo mandó el párroco del pueblo. Y para afirmar su cristianismo, sacaba de entre los guiñapos del pecho un mazo mugriento de escapularios y medallas.

Pero allá Dios le daba a entender, con guiñapos del Rastro y otros arreglados por ella, conseguía vestirle a su placer, y se recreaba en él; mirábase en aquel espejo que era su vida y sus amores; se henchía de satisfacción oyendo los encomios que del muchacho hacían las vecinas.

Penetraba la luz por los sucios y empolvados cristales, escasa y como avergonzada, mas era suficiente para iluminar aquel cuadro desolador de impío abandono... Era el oratorio una preciosa capilla de alta bóveda pintada al fresco, construida con grande gusto y riqueza a fines del siglo XVII. Hallóse en tiempos tapizada de arriba abajo con ricos paños de damasco encarnado, que caían entonces en sucios guiñapos a lo largo de las paredes, llenas de manchas y desconchones, como el rostro de un virolento; a trechos, veíanse encerrados en ricos marcos, ya podridos, amarillentos pergaminos en que constaban las innumerables gracias y privilegios concedidos por los sumos pontífices a los fundadores de la capilla.

Fuera de las casas ondeaban sobre cuerdas los guiñapos de color indefinible puestos á secar. Algunas gallinas flacas y espeluznadas corrían por el camino. Los niños permanecían sentados ante las puertas, graves é inmóviles, como si fuesen de distinta raza que la revoltosa chiquillería de los pueblos del llano.

Así se preparaba al sueño la Naturaleza, mientras en la carretera una multitud abigarrada y polvorosa se desojaba mirando al punto por donde asomaría muy luego la comitiva, y recreaba la vista en contemplar los guiñapos y telas de colorines pendientes de los balcones, y el marchito verdor de los arcos de triunfo; y se recibían y daban pisotones recios, y metidos feroces, y algún furtivo pellizco, y se tragaba y se mascaba el árido polvo del camino, oyendo a poca distancia, como irónica burla, el blando gemir de las ondas de la ría.

Se consideraba feliz, y lo era en efecto: no ambicionaba nada y nada temía del día siguiente; envuelto en sus guiñapos, paseaba por los sitios públicos y gozaba del sol, como el que iba arrastrado en carretela; dormía donde le cogía el sueño, tan ricamente como sobre un colchón de plumas; comía cuando tenía hambre y no le faltaban buenos platos de casa grande, y en lo tocante a vicios menudos, llevaba en el bolsillo de su raída chaqueta provisión abundante de colillas de cigarro.

En el patín, si es verdad que se veía claro, no consolaba mucho los ojos el aspecto de un montón de cal y residuos de albañilería, mezclados con cascos de loza, tarteras rotas, un molinillo inservible, dos o tres guiñapos viejos y un innoble zapato que se reía a carcajadas.

Pero cuando contempló al pobre hombre vestido con los guiñapos del carbonero y vió la expresión de dignidad ofendida que tenían el rostro mofletudo y los ojillos saltones de maese Rampas, le fué imposible contener la risa.