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Breves son los momentos concedidos al débil hombre para morar sobre la tierra: todos nos acercamos con asombrosa rapidez al instante supremo, en que la frágil organizacion que envuelve nuestro espíritu inmortal, se disolverá, deshaciéndose en polvo; entonces, el ser que dentro de nosotros siente, piensa y quiere, se hallará en un estado nuevo, separado de la organizacion corpórea. ¿Cuáles serán entonces sus facultades?

Porque aunque el presidente de la sala había resuelto que el juicio se celebrase a puertas cerradas, atento a la índole delicada del delito y a las personas que habían intervenido en él, fueron tantos los abogados que reclamaron su derecho a presenciarlo y tantos los permisos concedidos, que se formó pronto una asamblea numerosa y más inquieta de lo que debía esperarse.

Me di a cavilar que con mis favores amistosos, aunque concedidos sin malicia, con mi dulce abandono cuando le tenía a mi lado, con el mal disimulado placer con que yo oía sus requiebros, y hasta con mi reír y burlar cuando me hablaba de su cariño, había sido yo una desalmada coqueta, que había robado la tranquilidad de aquel señor excelente y había levantado en el mar pacífico de su ya fatigado corazón la más deshecha borrasca.

Ciego hubiera sido para no verlo, y aun para no distinguir entre la nube invasora más de un rabioso oposicionista que tocaba el cielo con las manos cada vez que, fuera de allí, oía hablar de destinos concedidos al favor, o del caudal de la patria despilfarrado.

Resultaban malos trabajadores porque trabajaban para otros; porque tenían la obligación de defender su vida miserable unos cuantos años más, huyendo el cuerpo a la faena, prolongando los ratos de descanso concedidos para fumar un cigarro, llegando al tajo lo más tarde posible y retirándose cuanto antes. ¡Para lo que les daban!... Pero que tuviesen su parte de tierra, y la cuidarían, peinándola y acicalándola a todas horas como una hija, y antes de que clarease el día estarían ya en ella con la herramienta en la mano.

Penetraba la luz por los sucios y empolvados cristales, escasa y como avergonzada, mas era suficiente para iluminar aquel cuadro desolador de impío abandono... Era el oratorio una preciosa capilla de alta bóveda pintada al fresco, construida con grande gusto y riqueza a fines del siglo XVII. Hallóse en tiempos tapizada de arriba abajo con ricos paños de damasco encarnado, que caían entonces en sucios guiñapos a lo largo de las paredes, llenas de manchas y desconchones, como el rostro de un virolento; a trechos, veíanse encerrados en ricos marcos, ya podridos, amarillentos pergaminos en que constaban las innumerables gracias y privilegios concedidos por los sumos pontífices a los fundadores de la capilla.

Hermana Penchang estaba allí para comprar un anillo de brillantes que tenía prometido á la Virgen de Antipolo: á Julî la había dejado en casa aprendiendo de memoria un librito que le había vendido el cura por dos cuartos, con cuarenta días de indulgencia concedidos por el arzobispo para todo el que lo leyere ú oyere leer.

El espíritu humano no ha nacido para contemplarse á propio, para pensar que piensa; los afectos no le han sido concedidos para objetos de reflexion, sino como impulsos que le llevan á donde es llamado; el objeto principal de su inteligencia y de su amor es el ser infinito así en esta vida como en la otra. El culto de propio es una aberracion del orgullo cuya pena son las tinieblas.

En los muros, entre viejas estampas, hay un cartel amarillento que dice en gruesas letras: Sumario de dos mil quinientos y ochenta días de indulgencia concedidos a los que devotamente pronuncien estas palabras: «Ave María Purísima»; y abajo, a dos columnas, una nutrida lista de obispos y arzobispos.

El servilismo cortesano y el estilo pomposo propios de los tiempos en que escribían, hicieron a Pacheco y Palomino referir los favores concedidos por Felipe IV a Velázquez con tales colores que sus relatos sirvieron de base a una tradición, según la cual, el monarca aparecía como verdadero y entusiasta protector del artista.