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Disto mucho más que de los encomios exagerados de Víctor Hugo y Emerson, del desdén y de las burlas de Voltaire y su imitador Moratin. Confieso que el análisis que hace Voltaire del Hamlet me ha arrancado varias veces lágrimas de risa: mas no por eso he dado nunca la razón a Voltaire. Ya que lo sublime lo bello, lo grande es lo que se presta a la parodia.

Quede reservado á los naturalistas el encarecer la fertilidad de su suelo , la abundancia de sus minerales, la hermosura de sus ganados, rivalizando en encomios con Plinio y Estrabon acerca de la escelencia de sus frutos; y salven ellos como puedan el compromiso de dejar airoso al poeta Estacio que tanto elogia la bondad de sus aceites.

Llevada de esta consideración, Doña Blanca no impugnó la defensa de la coquetería; dió por satisfecha su modestia de madre, y acabó por aceptar como justos y merecidos los encomios de su hija Clara. Luego añadió: En suma, mi hija es un prodigio. En las alabanzas de V. no toma parte sino la justicia. Me alegro. ¿Qué mayor contento para una madre?

Pepita continuó con mayor exaltación: ¡Pero qué diferencia entre los encomios de usted y mis pensamientos!

Se le ha separado de la serie de sus predecesores y coetáneos, presentándolo solitario, para alabarlo con frases entusiastas, como lo más divino que ha producido la literatura española, y casi se desprende de los elocuentes encomios de su inspirado admirador , que los demás poetas dramáticos castellanos, fuera de él, del elegido, apenas merecen el trabajo de ser conocidos y estudiados.

Al día siguiente de aquel rasgo, merecedor de los mayores encomios, el autor de él, Frasquito Surupa, a quien por mote llamaban Gaitica en círculos que apenas es lícito nombrar, visitó solemnemente a Isidora.

Pero allá Dios le daba a entender, con guiñapos del Rastro y otros arreglados por ella, conseguía vestirle a su placer, y se recreaba en él; mirábase en aquel espejo que era su vida y sus amores; se henchía de satisfacción oyendo los encomios que del muchacho hacían las vecinas.

Otras muchas barrabasadas hacía para matar el fastidio y hacerse aplaudir de sus compañeros, pues le gustaba, como a todos los traviesos, oír los encomios de sus atrevimientos. Pero su mayor lucimiento provino de una memorable invención suya, con la cual alcanzó aplausos y lisonjas, que traspasando el círculo del colegio, llegaron al público.

Los que no se percataban del vivo por insignificante, piensan en él cuando muerto, pues con morir hace lo más digno de conmemoración de su vida; realiza su esencia, como dicen los filósofos a la moda: los que le envidiaban deponen la envidia; los que le odiaban el odio; los que estaban hartos de verle se alegran interiormente con que ya no le verán, y para desagraviarle de esta alegría, y evitar que venga por la noche, en pena, a tirarles de los pies, hacen de él los mayores encomios; todos sus defectos desaparecen por lo pronto, como si se hundiesen en el sepulcro, y sólo se ven sus perfecciones; en resolución, el muerto se reconcilia muriéndose con casi todo el género humano, por lo mismo que se va y deja siempre algo que heredar: cuando no quintas y palacios, un puesto al sol para pedir limosna.

Mucho lisonjean mi orgullo de madre interpuso Doña Blanca, esos encomios de Clarita que oigo en boca de V.; pero mi amor á la justicia me induce á creerlos exagerados.