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No penséis en aquella arenilla blanca y dulce a la mirada, que tapiza los cuartos en las aldeas alemanas y flamencas, perfectamente cuidada, el piso en que se marcaba el paso furtivo de Fausto al penetrar en la habitación de Margarita; el piso hollado por los pies de Hermann y Dorotea.

Allí estaba Jacobo Rodney, cazador furtivo bien conocido, y que no gozaba de buena reputación, bajo otros respectos; se había encontrado a menudo con Marner, cuando éste tenía que hacer algunas diligencias atravesando campos y le había hecho algunas bromas respecto del dinero.

Saboreaba con delicia el placer vanidoso, furtivo y absolutamente íntimo, de oírme alabado en la personalidad de mi pseudónimo. El día que el éxito fue indiscutible le llevé mis dos libros a Agustín.

La anciana se volvió a dormir, y entonces siguió la interrumpida conversación, e interrumpida de tal modo que nos dejó turbados, como si fuéramos dos amantes sorprendidos en furtivo coloquio. Usted dirá lo que quiera, Rodolfo. ¡Buenos son los hombres para eso! No me doy por engañada. ¡El tiempo lo dirá! Le juro a usted que hasta hoy supe su nombre.

El tío Leandro dio un profundo y amenazador chupetón al cigarro, y se disponía a disparar una de sus granadas formidables para reducir al silencio a aquel zángano, cuando no muy lejos de allí sonaron dos tiros. ¿Cómo? exclamó Reynoso levantando súbito la cabeza . ¿Un cazador furtivo? ¡Quiá! replicó un zagal . Es la señorita Clara. Bien tempranito pasó por aquí con los perros.

En los días de trabajo, si el tiempo era bueno y Maltrana tenía en el bolsillo algunas pesetas, encaminábase al barrio de las Carolinas, para almorzar con su amigo el Mosco, el cazador furtivo, cuya gloria llegaba hasta Colmenar.

Cuando por aquellas galerías conseguía deslizarse con furtivo atrevimiento algún novio agridulce, algún pollanco pretendiente, de bastoncito, corbata de color, hongo claro, y tal vez pitillo en boquilla de ámbar... ¡ay Dios mío!, ¿quién podría contar las risas, los escondites, las sosadas, el juego inocente, la tontería deliciosa de aquellas frescas almas que acababan de abrir sus corolas al sol de la vida?

Y entonces empezaba la lucha. Ella se defendía en silencio. Aunque él gritase, Fermín no acudía; pensaba que era una riña entre mineros. Además, le temían unos por fuerte, otros por hijo, y procuraban vencer sin que él se enterase. Pero nunca vencían. A lo sumo un abrazo furtivo, un beso como un rasguño. Nada. Paula despreciaba aquella baba.

Ahora, el Mosco tenía otro perro, el segundo Puesto en ama, una verdadera alhaja, pero de menos mérito que el otro, y con él continuaba sus expediciones de «dañador», sus audacias de furtivo, saliendo de ellas en algunas ocasiones chorreando sangre, pero abriéndose paso siempre por entre los disparos de los guardas y los galopes de los vigilantes montados. ¡El plomo que aquel hombre llevaba en el cuerpo!...

Román Rouet, introducido en el salón, declaró que no había visto nada sospechoso en sus rondas. Era el tal un viejo, medio labrador, medio guarda y, más que nada, cazador furtivo, con la cara curtida por la lluvia y el sol, enmarañadas cejas, que se hacía cortar como el cabello, y dientes destrozados por la acidez de la sidra.