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Y entonces empezaba la lucha. Ella se defendía en silencio. Aunque él gritase, Fermín no acudía; pensaba que era una riña entre mineros. Además, le temían unos por fuerte, otros por hijo, y procuraban vencer sin que él se enterase. Pero nunca vencían. A lo sumo un abrazo furtivo, un beso como un rasguño. Nada. Paula despreciaba aquella baba.

¡Lo mismo que los otros!... La guerra había que pagarla con los bienes de los vencidos. Era el nuevo sistema alemán; la vuelta saludable á la guerra de los tiempos remotos: tributos impuestos á las ciudades y saqueo aislado de las casas. De este modo se vencían las resistencias del enemigo y la guerra terminaba antes. No debía entristecerse por el despojo.

Tal vez... Pero el hecho es que era un hombre concluido. ¿Volver a su patria, hundirse en la estéril abnegación de Belgrano, deshojar uno a uno sus laureles, luchando, como el vencedor de Tucumán, contra oscuros gauchos que lo vencían... o verse, en un consejo militar, burlado por un Moldes o un Dorrego, petulantes, irritables y escépticos, bolívares pequeños, turbulentos e implacables por trepar al poder?

Los cartagineses solían maltratar y hasta crucificar á sus generales cuando no vencían. Preferible es el aliento generoso del Senado de Roma que da gracias al Cónsul Varrón por que después de Cannas no desespera de la salud de la patria. Menester es tener confianza en nosotros mismos. Entonces vencerán en tierra los militares y en el mar harán maravillas nuestros marinos.

Esto hacian ya que les era impedido comunicarse de otro modo, porque como los inquisidores vencian en crueldad á Diocleciano, á Neron, i á los demás emperadores que fueron azote del cristianismo, no dejaban á los reos verse mas que en la hora del suplicio, i hablarse en ningun tiempo.

Sus manos eran jazmines y sus pies de criolla, celebrados en Sarrió como nunca vistos; la suavidad y tersura de su cutis, vencían a las del nácar y alabastro. Sobre la frente, alta y estrecha como las de las venus griegas, de un blanco argentino, caían los bucles de sus cabellos rubios, cuya madeja, tan espesa como dócil y brillante, le tapaba enteramente la espalda hasta más abajo de la cintura.

Necesitaba no quedarme á la zaga de los periodistas del país, que me vencían muchas veces en la invención de estupendas mentiras. Pero noto que se impacientan ustedes. ¡Calma! Ahora que llegamos de veras al automóvil del general. Algunos de los allegados á Castillejo se mostraban terribles en sus ofrecimientos.

Bien se lo decíamos mi señora y yo: «Francisca, que te pierdes, que te vas a ver en la miseria», y ella... tan tranquila. Nunca pudimos conseguir que apuntara sus gastos y sus ingresos. ¿Hacer ella un número? Antes la mataran. Y el que no hace números, está perdido. ¡Con decirle a usted que no supo jamás lo que debía, ni en qué fecha vencían los pagarés!

Prefería seguir preparándose para ser un buen esposo. Después de Mesía, pocos seductores había tan afortunados como el Marquesito. La vanidad solía ayudarle en sus conquistas; no pocas mujeres se rendían al futuro marqués de Vegallana; pero otras veces, y esto era lo que él prefería, vencían sus ojos azules, suaves y amorosos, su manera de entender los placeres.

Había dos bandos principales: el de los viejos y el de los jóvenes; los primeros eran más en número, y vencían siempre que no se les cogía descuidados; los segundos, más activos, tramaban asechanzas para derrotar a los candidatos contrarios, unas veces presentando los suyos, en unión de alguna persona ilustre y respetable, otras veces aprovechando las noches de más frío en que los viejos no se atrevían a salir de casa, otras dividiendo con astucia a los enemigos; todos los medios eran lícitos.