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Otras, en cambio, indígenas hasta la pared de enfrente, se caían de puro viejas, y yacían arrinconadas, aunque las demás guardaran consideración a sus arrugas; y las había tan petulantes y presumidas, que despreciaban a las demás mirándolas enfáticamente. Llegaron á la plaza del Estante la ocuparon de punta á punta.

Como nosotros, iban muchos con el mismo objeto. Otros venían; de suerte que había bastante movimiento de coches en el camino. También se veían algunos señoritos, en traje de chulo, montando los hermosos y petulantes caballos de la tierra. Ningún buen aficionado de Sevilla, por lo que pude entender, deja de ir a Tablada la víspera de la corrida.

Mas léjos pasa un grupo de hermosas madrileñas, de majestuoso andar, fisonomías graves y cabezas de reinas, cubiertas todas con las opulentas mantillas nacionales; y ese grupo aristocrático hace contraste con otro de toreros andaluces que celebran los golpes de la última corrida, burlones, pendencieros, rumbosos, petulantes y simpáticos al mismo tiempo; llamando la atencion por sus fachas vigorosamente varoniles, sus negras y abundantes patillas y el conjunto curioso del sombrero calañés, redondo y recogido sin alas como un bonete de felpa ó paño, la chaqueta de paño cuajada de bordados y botones lucientes, la ancha faja roja ó azul en la cintura, el calzon corto, y el botin prolongado hasta la corva en polainas labradas, con borlas de menudas correitas.

Díme, niña, ¿quién eres, y qué ha movido á tu madre á aderezarte de un modo tan extraño? ¿Eres una niña cristiana? ¿Sabes el catecismo? ¿Ó eres acaso uno de esos petulantes duendes ó trasgos que creíamos haber dejado para siempre en la alegre Inglaterra? Yo soy la hija de mi madre, respondió la visión escarlata, y mi nombre es Perla.

La chiquilla que se presentó acto continuo dando saltitos como una urraca tampoco tenía gran cosa de árabe. Representaba unos trece años, aunque después supe que contaba diez y ocho, y era de una estatura inverosímil: poco más de un metro levantaría del suelo. Con esto, la carita redonda y no desgraciada, los ojillos vivos y a medio cerrar, los ademanes resueltos y petulantes.

Tal vez... Pero el hecho es que era un hombre concluido. ¿Volver a su patria, hundirse en la estéril abnegación de Belgrano, deshojar uno a uno sus laureles, luchando, como el vencedor de Tucumán, contra oscuros gauchos que lo vencían... o verse, en un consejo militar, burlado por un Moldes o un Dorrego, petulantes, irritables y escépticos, bolívares pequeños, turbulentos e implacables por trepar al poder?