United States or French Polynesia ? Vote for the TOP Country of the Week !


Ya una veintena de mates amargos y sabrosos, o no, que eran cebados por un muchacho roñoso todo un maestro en el arte habían pasado a mi estómago, haciéndome olvidar la fatiga y el cansancio, cuando las mozas y los mozos, que habían andado por ahí a salto de mata , ya más familiarizados con los forasteros, empezaron a dejar sus escondites poco a poco.

Joaquín y Obdulia sabían que todo el mundo era patria: «¡pero como allíEdelmira y Paco suspiraban también por sus escondites de la quinta, que iban a dejar muy pronto.... Antes del último arranque de locura, de las últimas carreras por el bosque y de la última alegría hubo un cuarto de hora de melancolía... de cansancio mezclado de tristeza. La tarde iba a ser corta y la última.

De hora en hora eran recogidas y veíamos enredados en ellas toda clase de peces, de brillantes escamas, y extraños productos del mar, sorprendidos en las profundidades del agua o arrancados, revueltos con algas, a sus escondites submarinos.

Véanse las inscripciones que Osiris en sus Antigüedades prehistóricas de Andalucía, de la Cueva de los letreros y de otras cuevas y escondites, algunos de los cuales se hallan cerca del lugar de Villabermeja, lugar que yo he tratado de hacer famoso, así como a su más conspicuo habitante el Sr. D. Juan Fresco.

De uno de estos escondites salió, al pasar el Provisor, como una perdiz levantada por los perros, el señor don Custodio el beneficiado, pálido el rostro, menos las mejillas encendidas con un tinte cárdeno. Sudaba como una pared húmeda. El Magistral miró al beneficiado sin sonreír, pinchándole con aquellas agujas que tenía entre la blanda crasitud de los ojos.

Si le era posible ver las caras desde sus escondites, entonces una expresión tenebrosa se asomaba a sus ojos malécos. No se acordaba Carmen de haber hablado con aquel muchacho una buena palabra en los años que llevaba en la casona. La voz aceda del mozo sólo se alzaba iracunda contra su madre, contra su hermana o contra los criados. Se pasaba muchos días encerrado en su dormitorio.

Se adivinaban sus escondites en la cuadra, en los graneros, en el horno, en todos los departamentos del cortijo que comunicaban con el patio; y en estas piezas oscuras, los encuentros, las risas sofocadas, los gritos de sorpresa.

«¡Vaya le dijo doña Lupe una noche , que te estás luciendo! ¿A qué esas reservas, cuando más indicada estaba la confianza? ¿Cómo es que lo ha sabido Maximiliano, que está demente, antes que yo, que estoy en mi sano juicio? ¿A qué esos escondites conmigo?».

Y el espíritu de Dunstan era tan pesado como lo es generalmente el de un futuro criminal. Sólo conocía tres escondites, en que hubiera oído decir que los campesinos escondían sus tesoros: el techo de paja, la cama y un agujero hecho en el suelo. La choza de Marner no estaba techada con paja.

Fueron tales sus gritos y repitió tanto su nombre para inspirar confianza, que al fin sonaron pasos en el interior del edificio y asomó á una puertecita el rostro arrugado y cobrizo de la madre de Cachafaz. Otras criadas y peones de la estancia, todos mestizos, fueron surgiendo de sus escondites, balbuceando respuestas ininteligibles ó persistiendo en un silencio de terror.