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En esta altura hallóse dicho cerrito que, cuando mas, se elevará 4 varas: pero sin embargo domina el pais en el segundo y tercer cuadrante, y no es otra cosa que un médano de excelente arenilla para ampolletas por su finura. Dicho Cerrito Colorado tiene en su cumbre varias concavidades, y en una un manantial de agua dulce lleno de esqueletos de baguales.

En pie, a su izquierda, Santoyo, su ayuda de Cámara, tomaba las fojas y espolvoreaba de arenilla la reciente escritura. Felipe Segundo debía de estar harto enfermo. Su tez había cobrado opaco blancor de yeso humedecido. No se oía en la estancia otro murmullo que el rasguear incesante de las péñolas en el papel.

No penséis en aquella arenilla blanca y dulce a la mirada, que tapiza los cuartos en las aldeas alemanas y flamencas, perfectamente cuidada, el piso en que se marcaba el paso furtivo de Fausto al penetrar en la habitación de Margarita; el piso hollado por los pies de Hermann y Dorotea.

A medio dia saltaron en tierra el Padre Quiroga, el piloto mayor, y el alferez D. Salvador Martin del Olmo, y reconocieron, que en lo interior de esta ensenada que forman las puntas de este cabo, hay una buena bahia, con mucho fondo hasta cerca de tierra; de suerte que á tiro de fúsil se hallan 7 ú 8 brazas de fondo de arenilla y cascajo en marea baja.

Todo el claro-oscuro del sepulcro consistía en menudos órdenes de bien agrupadas líneas, formando peine y enrejados más o menos ligeros según la diferente intensidad de los valores. En el modelado del angelote había tintas tan delicadas, que sólo se formaban de una nebulosa de puntos pequeñísimos. Parecía que había caído arenilla sobre el fondo blanco.

Trabajó en sombreros de fieltro, en calzado de Soldevilla, y derramó por toda la Península, como se esparce sobre el papel la arenilla de una salvadera, diferentes artículos de comercio. En otra temporada corrió chocolates, pañuelos y chales galería, conservas, devocionarios y hasta palillos de dientes.

El Canónigo, haciendo crujir la arenilla de las losas bajo la suela del zapato, le escuchaba atentamente, oprimiendo con ambas manos el Libro de Horas contra su pecho. Por fin, respondió: Vuestro propio discurso, hijo mío, háceme pensar que os halláis en grave peligro de hechizamiento.

El goce inefable de la independencia le embargó por algunos meses; entraba y salía de casa cien veces al día, sin necesidad alguna, sólo para convencerse de que era libre, dueño de sus acciones; tiraba de la campanilla y se hacía traer vasos de agua sin tener sed; compró una petaca y algunas libras de tabaco picado, y para aprender a hacer cigarros, se ensayó, por consejo de un teniente de artillería que se alojaba en la misma casa, haciéndolos con arenilla de la salvadera; corría por las calles deteniéndose largo rato delante de los escaparates, y gastaba el dinero alquilando por horas berlinas de punto; entraba en los cafés y pedía copas de ron o cognac, sólo por enjuagarse la boca, pues no podía atravesar los licores.

Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Los navios grandes pueden entrar hasta ponerse detras de las islas, en donde en bajamar se hallan 13 y 14 brazas. El fondo es bueno, de barro negro, mezclado con arenilla muy fina. Los vientos aquí, aunque soplan con fuerza, no levantan marejada, por estar todo el puerto cubierto con la tierra. Hay dentro dos islas, que valen en pleamar, y en ellas muchas gaviotas.