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Actualizado: 29 de junio de 2025


Y en vez de dirigirse á su casa, que ya no estaba lejos, se encaminó hacia las Barquillas de Lope, donde esperaba sorprender al infiel. Antes de llegar allá su cuerpo chorreaba. Atravesó á la intemperie la plaza del Balón, y por una pequeña travesía entró en las Barquillas. Habita allí gente pobre; las viviendas son pequeñas, sucias: hay algunas tiendas de vinos y comestibles.

A la derecha, varias casas antiquísimas, destartaladas, con corrales interiores, rejas mohosas y paredes sucias, ofrecen el conjunto más irregular, vetusto y mísero que en arquitectura urbana o campesina puede verse.

Sobre la alfombra, a nuestros pies, yacía desparramado un paquete de muy pequeñas cartas de juego, más bien sucias, que había caído de la bolsita, y el cual contemplábamos los dos de pie con sorpresa y desengaño.

Despreciaba de antemano á la suerte, vencida por él. «¡Ah, perraIba á vérselas con un hombre. De un tirón arrancó la silla en que había puesto otro su mano, y se sentó á una mesa de ruleta, entre dos viejas, sucias y mal vestidas, con aspecto de brujas. Los empleados cruzaron su asombro en forma de discretas ojeadas. ¡El príncipe apuntando, y á aquella hora!... Hagan sus juegos...

Si se ven algunas calles y alamedas espaciosas y alegres, la gran masa de la ciudad está cortada por callejuelas sucias, tortuosas, oscuras, empedradas con guijarros, estrechísimas, complicadas en laberinto, completamente moriscas.

¿Pues qué no había más que educar un hijo en las más sanas y virtuosas creencias y hacer de él un personaje, para que después llegase una correntona peor mil veces que las que por dinero hacen porquerías en un callejón para llevársele con sus manos sucias? ¿Qué había creído la hija del descamisado?... ¡Rabia! ¡Palidece de pena, al ver que se te va para siempre!

Y aquí tenía el compadecer a la libertad, deplorando que su causa estuviese en tales manos, y el sacar a relucir ejemplos de Grecia y de Roma para sentar el principio de que las manos bárbaras y sucias del vulgo envilecen cuanto tocan y destrozan aquello mismo que quieren defender.

Nada dejaba en paz, ni humano ni divino. Se sabía de memoria todos los nombres venerables del almanaque, únicamente por el gusto de faltarles, y así que se enfadaba con sus bestias y levantaba el látigo, no quedaba santo, por arrinconado que estuviese en alguna de las casillas del mes, al que no profanase con las más sucias expresiones. En fin, ¡un horror!

En el piso principal salvaron un ancho corredor abierto, con el pavimento de madera, tan deteriorado que era preciso ir con cuidado para no meter el pie por algún agujero. Por todas partes se observaba un abandono extraño; las paredes sucias, descascarilladas, el suelo con un dedo de polvo, los techos agrietados: no parecía una casa habitada, sino una antigua abadía solitaria.

Odiaban de pronto a don Isidro, admirándolo más que antes. Nunca les había parecido tan grandioso. ¡Ah, los ricos! Tenían la plata, tenían las comodidades, y además se llevaban las mejores mozas. A impulsos de la envidia hacían comparaciones, pasando su mirada de la fresca Nélida a las pobres hembras despechugadas, sucias y curtidas por el sol. Una porquería todas ellas. ¡Ah, miseria!...

Palabra del Dia

rigoleto

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