United States or Andorra ? Vote for the TOP Country of the Week !


¿Me da vuecencia venia para entrar? decía una voz poco firme y contrariada á la puerta de la cámara del duque de Lerma. Dejad ese despacho, Santos dijo el duque de Lerma á un secretario que trabajaba con él y enviad á buscar á mi sobrino el conde de Olivares. Levantóse el secretario, arregló los papeles, los puso en una carpeta y luego aquella carpeta en un armario. Después salió.

Facundo tenía la rabia del juego, como otros la de los licores, como otros la del rapé. Un alma poderosa pero incapaz de abrazar una grande esfera de ideas, necesitaba esta ocupación ficticia en que una pasión está en continuo ejercicio, contrariada y halagada a la vez, irritada, excitada, atormentada.

Esto no puede hacerse sin ofensa del decoro, y la pobre actriz se ve muy contrariada; pero no se atreve á impedirlo porque, como su objeto principal es conseguir aplausos, tiene interés en no disgustar á nadie. Cualquier silbido, por injustificado que sea, desacredita á los representantes, porque todos se inclinan más bien al parecer del que censura que á su propio juicio.

No veo la dificultad dijo Francisca disimulando un bostezo. No hay más que coger la nomenclatura de los premios de virtud en la Academia; eso no puede servir de base. Detestable burlona murmuró la Melanval contrariada. Y añadió dirigiéndose a la Fontane: creo que hay que convenir entre nosotras que si todas las mujeres de bien no son solteras, en cambio todas las solteras son mujeres de bien.

Mientras se alejaban las dos jóvenes, Diana, contrariada por haber perdido aquel paseo, dijo a su prima: ¿Por qué has rehusado la partida en bicicleta? Tía se habría pasado muy bien sin nosotras esta tarde. No, Diana; es mejor que nos quedemos con mamá. Y además, no me gusta mucho correr así por los caminos, solas con jóvenes. ¡Qué rígida eres! ¡Pero si ahora es perfectamente admitido!

Nunca la conversación de Guzmán ha sido tan varia, ni se le ha visto tan decidido a utilizar las provisiones de su memoria de artista y los recursos de su juicio de filósofo práctico, para que no decaiga el interés de sus relatos y comentos... Porque es indudable que Pepe Guzmán está convencido, o parece estarlo, de que las preocupaciones y tristezas de Verónica tienen el arraigo en el pasado suceso, en el temor de otro semejante y en algo que se relaciona inmediatamente con todo esto, que es lo mismo que la propia enferma acepta como fundamento y origen de su enfermedad; y sin embargo, y mientras él la habla y en tanto discurre por aquellas alturas, ella, con una impaciencia y un disgusto que disfraza con síntomas de su desconcierto nervioso, va pasando: «¡no es eso!..., ¡no es eso!» Y cuando él se despide, muy ufano, ella se queda más contrariada; no porque vuelve a verse sola, sino porque tampoco entonces se la ha hablado de algo de que debiera hablársela; «porque Pepe Guzmán tiene que convencerse de que en la situación de ánimo en que ella se encuentra, no pueden interesarla relaciones de casos extraños, por bien hechas que estén». Y Pepe Guzmán suele responder a estas anhelaciones faltando dos y tres noches seguidas a la tertulia.

Aunque obediente ante la mirada del maestro, a menudo, durante el asueto, contrariada o irritada por un desprecio imaginario, Melisa rabiaba con furia indómita, y más de una vez algún pequeño educando, que había querido igualar con ella sus armas de combate, palpitante, con rasgada chaqueta y arañado rostro, buscaba protección al lado del profesor.

Yo puedo, yo puedo... ¡vaya! replicó la otra contrariada . ¿Qué cree usted? Soy muy fuerte. Mi hijo no lo cría nadie más que yo. Y cuidado con hacerme disparates. Obedecer al médico... Nada de arrebatos de ira, ni devaneos. ¡Ah!, yo dudo mucho que usted sirva...

De acuerdo replicó la abuela, contrariada por encontrar una tacha en su pájaro raro. Pero si desgraciadamente es imposible ignorar que existen esas novelas, se puede exigir al menos que la última no se haya terminado hace tan poco tiempo... y, sobre todo, que no haya lugar a temer que la última hoja de esa novela no se haya vuelto tan definitivamente como se quiere asegurar...

Pero el malagueño vino a muy risueño y se sentó también al lado de la de Anguita, y le dijo con una rudeza que todos se autorizaban con aquellas jóvenes, y él, por su carácter, con más razón: ¿Para qué me perzigue usted a este gachó, si ya está amartelaíto perdío por otra niña zevillana? ¿De veras está usted enamorado, Sanjurjo? me preguntó Joaquinita, visiblemente contrariada.