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Lo repito; el arte que en el trascurso de tantos siglos habia adulado al fuerte, al noble, al rico, al poderoso, vuelve hoy los ojos á un pobre soldado, á un hombre insepulto, á un giron de carne, destinado á servir de alimento á los buitres, y le levanta en esos lienzos un magnífico panteon. ¿Qué mausoleo de ningun magnate de la tierra vale tanto como esa pintura?

»Mi sorpresa fue grande al encontrarme atendido y agasajado, cual lo pudiera estar en Londres, sin hallar obstáculos a la satisfacción de mi voluntad, en medio de una vida monótona, regular, acompasada, no expuesto a sensaciones terribles, ni a choques violentos con hombres ni con cosas, mimado, obsequiado, adulado... ¡Oh, amigo mío! Nada aborrezco tanto como la adulación.

Era la rebeldía, la protesta desesperada, la que había roto las ligaduras del antiguo siervo, la que emanciparía al asalariado moderno, adulado con toda clase de derechos ideales, menos el derecho al pan.

Despedazado siempre por la sed de gloria, inconsecuencia rara, despreciarás acaso a aquellos para quienes escribes y reclamas con el incensario en la mano su adulación: adulas a tus lectores para ser de ellos adulado, y eres también despedazado por el temor, y no sabes si mañana irás a coger tus laureles a las Baleares o a un calabozo. ¡Basta, basta!

Adulado me vea yo, que es el mayor desabrimiento que puede probar el que no ha nacido tonto, si no son borbotones del corazón mis palabras, y fálteme aire si no es verdad que el corazón no me cabe en el pecho. ¡Ah, manos de marfíl vivo! exclamó tomando entre las dos suyas una de las hermosas manos de doña Clara ; y qué corona de gloria habéis puesto sobre la frente de mi amigo!

Tenía el rostro enjuto, extático, de infantil dulcedumbre, estrecho en la mandíbula, elevado y espacioso en la frente; los ojos negros, húmedos y llameantes: dos lenguas de fuego flotando en óleo. Era un hombre joven aún. Yo soy el aludido insistió Balmisa. ¿El adulado? preguntó Belarmino, esforzándose en descender hasta la realidad externa. El adulado, no; el aludido rectificó el sastre.

Don Luis, que desde niño había estado acostumbrado a que nadie se descompusiese en su presencia, ni le dijese cosas que pudieran enojarle, porque durante su niñez le rodeaban criados, familiares y gente de la clientela de su padre que atendían sólo a su gusto, y después en el Seminario, así por sobrino del deán, como por lo mucho que él merecía, jamás había sido contrariado, sino considerado y adulado, sintió un aturdimiento singular, se quedó como herido por un rayo cuando vio al insolente conde arrastrar por el suelo, mancillar y cubrir de inmundo lodo la honra de la mujer que amaba.

Primero, como tenedor de libros en un almacén al menudeo, lo que no era óbice a que barriera la acera, por las mañanas, en mangas de camisa, y despachara libras de hierba, de café o de azúcar a las mucamas del barrio, efectos que sabía envolver con destreza en el grueso papel amarillento, con repulgos en los lados y dos cuernitos de remate, que hacía dándole graciosamente una vuelta al paquete entre sus manos; luego, cuando iba, de chaqué avellana, a rondar la casa de Gregoria, y el rapto y el casamiento, y su transplante prodigioso del almacén al caserón de la calle de Méjico; cómo, la fortuna de los Vargas, hábilmente escamoteada, sirvióle de pedestal, y ayudado de la política, subió, y de ser nadie pasó a ser alguien. ¡Y de qué manera! amigo de ministros, repartidor de gracias oficiales, protector adulado, admirado, respetado... Cada chapuzón suyo en las aguas cenagosas, en vez de cubrirle de barro, le cubría de oro.

La pintura, que habia adulado sucesivamente al guerrero, al monarca, al noble, al fraile: la pintura, que durante el trascurso de tantos siglos, habia sido sierva y mendiga, en los pabellones de campaña, en el palacio, en el castillo, en la iglesia, en el claustro, levanta un dia la frente empolvada, mira en torno suyo, comprende la verdad, la escribe en un lienzo, y viene á ser el culto de una nueva razon, de una razon cristiana; viene á ser la voz que abandona el desierto y que clama en el mundo, una imprenta semejante á la de Guttemberg, el espíritu práctico y real de los modernos.

Durante dos años fuiste toda mi vida. Mis costumbres, mis gustos, mis caprichos, todo lo subordiné á tu fantasía y jamás un rey fué más complacientemente adulado por una favorita que todo lo esperase de él, que lo fuiste por esta mujer que nada quería ni esperaba. Yo no era venal y nunca te pedí dinero.