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El cochero de Currita, Tom Sickles, enorme tipo del automedonte británico, que pedía a voces el tricornio y la peluca empolvada, y se había sentado en Londres en el pescante del duque de Edimburgo, y en París en el de la princesa Matilde, dirigió los caballos corriendo a lo largo de la manifestación, por ver si adelantaba la cabeza de esta y podía entrar por la calle del Caballero de Gracia o por la de Peligros.

Pablito, que no la había tropezado todavía en la calle, se animó con los consejos de Piscis a ir a San Antonio. Montaron, pues, a caballo temprano, y se lanzaron por la anchurosa y empolvada carretera de Lancia sombreada un buen trecho a la salida de la villa, por grandes olmos. La vía era ascendente, aunque sin gran declive.

En todos mis viajes he tenido ocasion de observar, sin excepcion, que los hechos jamas dejan de corresponder rigorosamente á la buena impresion de simpatía que causa á primera vista una ciudad aseada, ó al disgusto invencible que inspira una localidad sucia, pestilente y empolvada, como hay tantas en los países católicos de Europa.

Una magnífica esfera geográfica, colocada al extremo del salón, parecía preguntarse cuál era su objeto y destino en semejante lugar; y en cambio, los retratos de las dos hermanas de Luis XVI, Victoria y Adelaida, damas tradicionales de Vichy, sonreían, empolvada la cabellera, rosadas y benévolas, presidiendo el certamen de frivolidad continua celebrado a honra suya.

La pintura, que habia adulado sucesivamente al guerrero, al monarca, al noble, al fraile: la pintura, que durante el trascurso de tantos siglos, habia sido sierva y mendiga, en los pabellones de campaña, en el palacio, en el castillo, en la iglesia, en el claustro, levanta un dia la frente empolvada, mira en torno suyo, comprende la verdad, la escribe en un lienzo, y viene á ser el culto de una nueva razon, de una razon cristiana; viene á ser la voz que abandona el desierto y que clama en el mundo, una imprenta semejante á la de Guttemberg, el espíritu práctico y real de los modernos.

Estando yo allí, una noche, por no qué fenómeno desconocido desde treinta años atrás, aquella zona de escarchas invernales agitose sobre la ciudad dormida, y Blidah se despertó transformada, empolvada de blanco. En aquel aire argelino, tan tenue y tan puro, semejaba la nieve polvo de nácar, con reflejos de plumas de pavo real. Lo más hermoso era el bosque de naranjos.

Al pronto, don Salvador, que no había visto pasar al perro, creyó que el rabioso era el pobre cuadrillero que, con el rostro descompuesto y los cabellos erizados, avanzaba a la carrera hacia el pabellón, blandiendo con vigorosa mano su terrible sable. Allí, junto al sofá, arrodillado, se hallaba Juanito acariciando la sucia y empolvada cabeza de un perro desconocido.

Doña Manuela en el sitio preferente, empolvada y retocada con tal arte, que su rostro producía cierta impresión asomando por entre los festones de la negra blonda; y frente a ella, las niñas, graciosísimas como un cromo de revista taurina, con zapatito bajo, medias caladas, falda de medio paso con red cargada de madroños y mirando atrevidamente bajo la nube blanca que envolvía sus adorables cabezas, cerrándose sobre el pecho con un grupo de claveles.

La isla, sedienta y empolvada durante gran parte del año, parecía repeler por todos sus poros esta exuberancia de lluvia invernal, como un enfermo repele el medicamento enérgico y tardío de difícil asimilación. En estos días de aguacero, Febrer permanecía encerrado en su torre. Era imposible ir al mar e imposible también salir con la escopeta por los campos de la isla.

Esta vez no se representaba Roberto, sino Los Hugonotes. Habían transcurrido cinco años. Llega usted muy tarde me dijo uno de mis amigos, un profesor de Derecho, abonado de la Opera, que se muestre tan alegre por la noche como erudito por la mañana. Y hace usted mal agregó, dándome un golpecito en la espalda, un hombrecillo vestido de negro, de voz acre y cabeza empolvada.