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No cobró ánimo Candido, pero siguió á la vieja á una ruin casucha, donde le dió su conductora un bote de pomada para untarse, y le dexó de comer y de beber; luego le enseñó una camita muy aseada, y al lado de la cama un vestido completo: Come, hijo, bebe y duerme, le dixo, y Nuestra Señora de Atocha, el señor San Antonio de Padua, y el señor Santiago de Compostela se queden contigo: mañana volveré.

«Señora dijo, encantando a Jacinta con su metal de voz argentino y su pronunciación celestial . Yo no me pinté la cara el otro día...». ¡ no...!, ya lo sabía. Eres muy aseada. No, no me pinté repitió acentuando tan fuertemente el no con la cabeza, que parecía que se le rompía el pescuezo . Esos puercachones me querían pintar, pero no me dejé. Jacinta y Rafaela estaban embelesadas.

En suma, miró instintivamente a que todos los pormenores de tocador concurriesen a hacerla parecer más bonita y aseada, sin que se trasluciera el menor indicio del arte, del trabajo y del tiempo gastados en aquellos perfiles, sino que todo ello resplandeciera como obra natural y don gratuito; como algo que persistía en ella, a pesar del olvido de misma, causado por la vehemencia de los afectos.

Todavía no atinaba Zadig si iba con el mas loco ó con el mas cuerdo de los hombres; pero tanto era el dominio que se habia grangeado en su ánimo el ermitaño, que obligado tambien por su juramento no pudo ménos de seguirle. Aquella tarde llegáron á una casa aseada, pero sencilla, y donde nada respiraba prodigalidad ni parsimonia.

Mariquita es gallarda y hermosa, aseada y pulcra, caritativa con los pobres, llana y afable en su trato, generosa con la gente menuda, y para con los amigos, leal, cariñosa y suave. Todos los ya citados personajes y no pocos otros de segundo y tercer orden hablan en la novela muy naturalmente y como deben hablar, esto es, sin que el Sr.

Yendo aseada y limpia, limpia de alma y cuerpo, mírate al espejo sin cuidado; mírate cuando quieras; la mirada ingénua de la que obra bien llenará tu pecho de alegría.

Cuando el Señor la lleve de este mundo, que la llevará... desgraciadamente, ¿se salvará Vd. con haber tenido aseada la casa? ¡La casa limpia y el alma negra por el pecado! ¡Toda la pulcritud para uno mismo, todo el trabajo para lo propio, y ni una visita a la casa de Dios, ni un pensamiento para su divina Madre! ¡Da ira el verlo!

En todos mis viajes he tenido ocasion de observar, sin excepcion, que los hechos jamas dejan de corresponder rigorosamente á la buena impresion de simpatía que causa á primera vista una ciudad aseada, ó al disgusto invencible que inspira una localidad sucia, pestilente y empolvada, como hay tantas en los países católicos de Europa.

Agradóme mucho esta gente, que es agigantada, hermosa de rostro, blanca, despejada, muy culta y aseada en su vestido.

Con los amigos, hasta la pared de enfrente, o no tenerlos. Mi querido doctor exclamó Esteven reconocido... Y levantándose, la mano poco aseada de S. E. entre las suyas, agregó que se marchaba, porque no quería robar al ilustre ministro el tiempo, que tan escaso le venía para sus múltiples e importantes ocupaciones. No se moleste usted, doctor, en acompañarme... ¡siempre tan amable!