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Cuando se hubo perdido el ruido de sus pisadas, el padre Aliaga llamó y se presentó el lego Pedro. Que pongan al instante la silla de manos. Algunos minutos después, dos asturianos conducían á palacio al padre Aliaga. Había cerrado la noche y seguía lloviendo. En el mismo punto en que el confesor del rey salía del monasterio de Atocha, salía del de las Descalzas el cocinero mayor.

»¡Por Nuestra Señora de Atocha! ¡Cuando se viaja así frente a frente! Y además, como la señora tuteó al caballero... »¡Es verdad! le dije, sintiendo que mi corazón desfallecía. » le decía ella: Carlos, ¿qué piensas de este polvo? ¿Verdad que viajamos como los dioses envueltos en una nube? »Basta les dije, partamos. »Llegué a Sevilla sin fuerzas casi para sostenerme.

Aquí, si había parientes esperando, empezaban los abrazos, los besos, las felicitaciones. Era propinado con algún real mal contado el cochero, y cada cual se iba por su camino, siendo costumbre tomar allí mismo, en los aposentos de la Riojana, un preámbulo estomacal para poder subir la calle de Atocha, que era entonces algo más inaccesible que ahora.

La tropa debía subir toda la calle de Atocha y atravesar la Plaza Mayor, dirigiéndose por la calle de Bailén y el paseo de San Vicente a la estación del Norte, pero entre la plaza de la Bolsa y la Concepción Jerónima halló cortado el paso por una ancha zanja que los braceros de la villa habían hecho para colocar cañerías.

Al anochecer, la gente que sale de la plaza marcha de prisa, como espoleada por el hambre, y hasta en los barrios más apartados empieza a oírse el pregonar de los periódicos taurinos, recién impresos y húmedos, que son un mentís para quien tache de poco activa a nuestra raza. El mismo día y a igual hora, la calle de Atocha presentaba distinto aspecto.

Plácido no había nacido para el presidio de una tienda. Su elemento era la calle, el aire libre, la discusión, la contratación, el recado, ir y venir, preguntar, cuestionar, pasando gallardamente de la seriedad a la broma. Había mañana en que se echaba al coleto toda la calle de Toledo de punta a punta, y la Concepción Jerónima, Atocha y Carretas. Así pasaron algunos años.

A la mañana siguiente, Maltrana salió muy temprano, dirigiéndose a la calle de Atocha para esperar en la puerta de San Carlos a un antiguo camarada de la época estudiantil, que ya era doctor y ayudante en una clínica.

Henos aquí juntos dijo el bufón : vos fuerte en la apariencia, y yo en la apariencia débil; ¡sabe Dios cuál de entrambos es el fuerte! Tío Manolillo, no os entiendo dijo con gran indiferencia el padre Aliaga . ¿Qué habláis de fuertes ni de débiles? Si no recuerdo mal, yo os he llamado. Es verdad; esta mañana en la recámara del rey, me dijísteis: os espero esta tarde en el convento de Atocha.

El domingo por la tarde pidió que se le administrasen los últimos sacramentos, y quiso ver á su hija Feliciana para bendecirla; después convocó á sus amigos para despedirse de ellos, exhortándolos á la práctica «de la piedad, de la devoción y del amor divinoLa verdadera fama era ser bueno, y que «él trocara cuantos aplausos había tenido por haber hecho un acto de virtud más en esta vidaVolvióse hacia una imagen de la Virgen de Atocha, y recitó una fervorosa oración hasta que cayó sin fuerzas, aun cuando luego pasó una noche inquieta, al cuidado de su médico de cabecera.

Seamos sencillos: declaremos modestamente nuestra incompetencia. Y más valdrá, entre juzgar a los hombres y echar el peso de nuestro voto a una u otra banda, no echarlo a ninguna, y no juzgar a nadie ni ser juzgado. Vuelvo de la estación de Atocha de despedir a Sarrió. Si alguna vez yo tuviera tiempo, escribiría un libro titulado Sarrió en Madrid.