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Pesaban tanto en su espíritu estas consideraciones, que, notando que su afición oculta iba creciendo, procuraba, o más bien se proponía huir de la vista de Juanita, no pasar por su calle para no verla en el portal o asomada a la ventana; y no ir a la tertulia de los poyetes, bajo los álamos, para no tener que admirarla cuando charlaba con las demás zagalones o con los mozos en la fuente del ejido, o cuando subía o bajaba gallardamente, con el cántaro apoyado en la cadera, por la cuestecilla que se extiende desde la fuente hasta el lugar.

En suma, don Andrés el cacique era la única persona que por naturaleza estaba a la altura de doña Inés y era capaz de comprenderla y admirarla.

Todas estas grandes circunstancias, reunidas con el poderío de sus padres, hacian de Doña Juana uno de esos partidos mas aventajados para cualquier jóven príncipe de Europa. Estas mismas circunstancias la constituian en una infanta acreedora á ser idolatrada, aun por los que no tuviera el placer y el honor de admirarla.

Antes creía admirarla con un sentimiento a manera del sentimiento del arte, desinteresado, exento de fin y de utilidad y de deleite, que en él no estuviera.

Deseo que usted y yo seamos amigos firmes y sinceros, como lo hemos sido siempre, sin el más ligero pensamiento de afecto recíproco. Puedo admirarla, como siempre la he admirado, lo declaro ahora, pero todo amor de mi parte hacia usted está completamente descartado, teniendo presente que soy un hombre de recursos limitados.

«Tengo que ver, sin embargo, lo que hace», me digo, con el deseo secreto de admirarla a mi gusto durante su sueño. Pero, cuando, a hurtadillas, me aventuro a levantar un poco, un poquitito, los párpados, veo... ¡ah señores, siento frío en la espalda todavía!... veo sus ojos completamente abiertos, fijos en , feroces, devoradores, me atreveré a decir.

A lo cual el mozo respondió, en lengua asimesmo castellana: -Ni soy turco de nación, ni moro, ni renegado. -Pues, ¿qué eres? -replicó el virrey. -Mujer cristiana -respondió el mancebo. ¿Mujer y cristiana, y en tal traje y en tales pasos? Más es cosa para admirarla que para creerla.

Otra tarde, pues aquellos desórdenes eran vespertinos, le aguardó vestida de aldeana, y otra vez en traje de bailarina. Carola no era mujer: era un serrallo. Pero lo que le ponía fuera de era admirarla de señora, con abanico de plumas, vestido de cola, escotada y con prendido de flores en el pecho.

Y la poesía, por último, deja ya de atender á lo útil: no teje, ni guisa, ni edifica viviendas; ni trata siquiera de moralizar ni de enseñar verdades, sino que poniendo en ella misma su fin, aunque nada deseche y se valga de todo, tanto de lo creado cuanto de lo increado, tanto de lo real cuanto de lo ideal, como elementos y materia de lo que produce, no tira á producir sino la belleza y no anhela infundir en los ánimos más que el puro y desinteresado sentimiento que nace de verla y de admirarla.

El cardenal confía en , el cabildo me distingue con su afecto, el Obrero no tiene otra esperanza que mi auxilio. Gracias a las papeletas puede ir tirando la catedral y conservar su antiguo aspecto de grandeza, para que venga el público a admirarla. Somos más pobres que las ratas. Y gracias que nos quedan para remediarnos algunas migajas de nuestro pasado.