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Los oficiales, con las capas terciadas, descendían las escalerillas, unos mirando altivamente a todas partes, otros besando a las mujeres, a la puerta de las casas. Los trompetas, con la mano en la cadera y el codo levantado, tocaban diana en las esquinas de las calles; los tambores apretaban las cuerdas de las cajas.

Cuando llegó á la antecámara de audiencias, cesó en sus cabriolas, se detuvo un momento en la puerta sonando sus cascabeles, como para llamar la atención de todo el mundo, y luego, con la mano en la cadera, la cabeza alta y la mirada desdeñosa, que parecía no querer ver á nadie, atravesó con paso lento, marcado y pretencioso, la antecámara. Todos los que le conocían en la corte se echaron á reir.

Detrás, el señor Cuadros dando el brazo a doña Manuela, apretándola intencionadamente el codo sobre su cadera cada vez que soltaba una palabrita atrevida y contoneándose como un invencible conquistador. Fue algo más que acompañar a las de Pajares lo que hicieron el padre y el hijo.

El viejo Zapican, que tendido A su sobrino en tierra, bien quisiera En Leiva se vengar, mas ha acudido El bravo Menialvo, que le diera Un golpe tan terrible, que partido Por medio, por encima la cadera, En dos partes quedò: fué cuchillada De brazo poderoso, y fuerte espada.

Y la noche antes en casa del ministro Eneene, muy mal, por cierto, porque el doctor tenía gustos criollos bastante rancios y estaba a diario con puchero de cadera y asado de costilla, y alguna vez, de extraordinario, ponían ropa vieja, y gracias. ¿De qué se asombraba? ¡Cuántos, que no le llegarían a él a la sucia del zapato, trincaban con esos personajes!

Lo que más cautivaba a su primo, en Rita, no era tanto la belleza del rostro como la cumplida proporción del tronco y miembros, la amplitud y redondez de la cadera, el desarrollo del seno, todo cuanto en las valientes y armónicas curvas de su briosa persona prometía la madre fecunda y la nodriza inexhausta. ¡Soberbio vaso en verdad para encerrar un Moscoso legítimo, magnífico patrón donde injertar el heredero, el continuador del nombre!

Los farolillos venecianos formaban gigantescos pabellones de una claridad difusa. En la entrada de la Alameda apelotonábase el gentío, y por entre la masa de espaldas arqueadas y codos en punta pasaban las floristas con su cesto de mimbres erizado de ramilletes y las chicuelas desgreñadas, con el cántaro en la cadera y el turbio vaso en la mano, pregonando: «¡Al aigua fresqueta

Las neuralgias del resto del cuerpo son generalmente tirantes, se presentan á lo largo del dorso, en las profundidades de los miembros y en las articulaciones, particularmente en la rodilla, en la cadera, en los dedos de piés y manos, en el dedo gordo con una forma artrítica.

Era placentero ver llegar por las callejas la figura ondulante de una joven a veces descalza; pero luciendo, , en su primoroso peinado alguna rosa amarilla o algún sangriento clavel, prendido con garbo en las trenzas. Su cadera se ofrecía y se esquivaba al andar. Su sonrisa era mejor que los collares. Los hombres se detenían para contemplarla. Algunos la susurraban al oído palabras en algarabía.

Después de abandonar todas las prendas que no habían de acompañarla en el lecho, quedó sobre la piel de tigre, hundiendo los pies desnudos, pequeños y rollizos en la espesura de las manchas pardas. Un brazo desnudo se apoyaba en la cabeza algo inclinada, y el otro pendía a lo largo del cuerpo, siguiendo la curva graciosa de la robusta cadera.