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Sobre su negra superficie reflejábanse, como inquietos pescados de fuego, las luces de las casas ribereñas y los farolillos de los curiosos que examinaban las orillas. En las calles bajas, el agua, al extenderse, se colaba por debajo de las puertas.

Esta oda, que empezaba: «¡Oh dulce religión inmaculadaera inspiradísima y fue recibida con vivas muestras de aprobación. El banquete terminó de noche cerrada. A las seis, el sacristán y algunos empleados del municipio comenzaron a iluminar los farolillos a la veneciana del Campo de los Desmayos, de tal modo que a las ocho estaban casi todos encendidos. La velada se presentó muy alegre.

En el fondo de las bodegas de cerveza, abovedadas y frescas; en los jardines de las cervecerías, donde mecían sus pálidas luces los farolillos de colores; por todas partes, mezclándose con el ruido de las pesadas tapaderas al caer sobre la boca de los jarros de cerveza, percibíanse las notas del triunfo que salían de los instrumentos de metal y los suspiros de los de madera.

Iluminóse la fachada de la imprenta con farolillos venecianos. Las bellas y regocijadas artesanas de Sarrió, cogieron, como siempre, la ocasión por los pelos para bailar habaneras y mazurcas sobre los duros guijarros de la calle.

Si ésta se presentaba serena y despejada, menos mal, porque se encendían los farolillos y continuaba la danza otra hora más; pero si Cabarga se encapotaba y era la brisa húmeda, síntomas infalibles de lluvia inmediata, daba la comisión las órdenes oportunas á los músicos, después de tomar las de las señoras; y allí nos tenían ustedes bajando á Santander, al compás de un pasodoble, cada uno con su cada una, ofreciéndoles aquí la mano para saltar una zanja, y allá el pañuelo para sacudir el polvo.... ¡Y era de ver, si llovía, cómo las delicadas sílfides, sacando fuerzas de flaqueza, arremetían con el lodo, cubriéndose el busto con la falda del vestido! ¡Y era hasta de admirar aquella procesión de blancas enaguas, iluminadas apenas por la mortecina luz de los veinticuatro faroles que enarbolaban los más obsequiosos acompañantes, á guisa de maceros ó reyes de armas, en sus diestras!

Avanzada la noche regresé a Bailén, donde me causó sorpresa ver una triste procesión compuesta de tres mujeres vestidas de negro, a las cuales seguían hasta media docena de hombres, llevando por delante dos criados con sendos farolillos para alumbrar el camino. Acerquéme y reconocí a D.ª María, con sus dos hijas, las tres cubiertas con negros mantones, muy afligidas y llorosas.

En el gran puerto de Cádiz numerosos barcos de todos portes cabeceaban furiosamente á impulso del oleaje. Sonaban las cadenas, crujían las maromas y todo parecía á punto de estallar. Algunos farolillos sujetos á las vergas lucían con vivos movimientos en la oscuridad como estrellas filantes.

¡Qué remonísima estaba cuando me decía estas cosas con alterada voz y palabra torpe, despojando de sus farolillos encarnados con una mano, y no muy firme, la penquita de brezo que sostenía con la otra, los ojos humedecidos y cobardes, sonrosadas las mejillas y un poco agitado el seno!

Los tapiceros y adornistas tomaron posesión de los aposentos en que había de verificarse; se construyó una galería de follaje, que ponía en comunicación el salón principal de la planta baja con el espacioso invernadero de cristales que en el jardín se alzaba; cubriéronse las columnas de hierro con entrelazadas hojarascas; se colgaron de la bóveda de cristales los aparatos para gas; se pusieron en los ángulos las mejores esculturas que había en la casa, haciendo que los mármoles blancos destacaran sobre fondos de oscuro follaje; se prepararon farolillos para las enramadas del parque; diose orden en las cocinas para que la cena fuera opípara; se apuraron todos los caprichos que puede el oro satisfacer al buen gusto, y una legión de artesanos invadió el palacio durante muchos días, disponiendo las cosas de suerte que cuando dos horas antes del baile los duques inspeccionaron todos los preparativos, el nuevo senador, arrellanándose en un sillón con la dignidad propia de su investidura, y mirando a su mujer con vanidosa satisfacción, exclamó: «Estará bien

Basilio por su parte tampoco lo notó, ocupado en mirar hácia las casas, iluminadas por dentro y por fuera con farolillos de papel de formas caprichosas y colores varios, por estrellas rodeadas de un aro con largas colas, que agitadas por el aire producían dulce murmullo, y peces de cola y cabeza movibles con su vaso de aceite por dentro, suspendidos de los aleros de las ventanas con un aire tan deliciosamente de fiesta alegre y familiar.