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El Comendador, como en desagravio de haber tenido olvidada tantos años aquella prenda de su amor, no se contentaba con disponerse á hacer por ella un gran sacrificio, sino que ansiaba verla y admirarla, aunque fuese á distancia.

Llegó a admirarla como un bruto: el ideal de la belleza se encarnó para él en sus carnes frescas, sonrosadas y un tanto crasas. El cuarto de la planchadora era una verdadera estufa en las tardes de verano. La proximidad del tejado, lo bajo del techo y la hornilla encendida se conjuraban para hacerlo intolerable.

Sentía inexplicable miedo de las miradas de la gente, y aunque pocos o ninguno la conocían, figurábase que la conocían todos, y que de cada boca salía un comentario acerca de ella. Por desgracia, asunto no faltaba. Pero si la miraban los hombres, era para admirarla, y si cuchicheaban luego, rara vez decían algo fundado en un conocimiento verdadero de la realidad.

Las virtudes del Infante habían excitado la admiración de sus enemigos, pero sin ablandar por eso sus rigores. La Clede, Histoire du Portugal. V. también á H. Schulze, Del Príncipe constante, de Calderón: Weimar, 1811. «¡Qué poesía! ¡No nos cansamos nunca de leerla y admirarla!

En el verano había sembrado una mata de sandías, y cuando estuvieron en sazón le regaló la más hermosa a la enfermera. Esta quiso dársela a la cocinera para que la sirviese en la mesa; pero Pomerantzev no lo permitió; la colocó él mismo sobre el velador, en la habitación de la enfermera, y acudía a cada momento a admirarla: le recordaba vagamente el globo terráqueo y le sugería grandes ideas.

Doña Sol reía de su parquedad, del miedo con que tocaba a los platos y las copas. Gallardo acabó por admirarla. ¡Vaya un diente el de la rubia! Acostumbrado a los remilgos y abstenciones de las señoritas que había conocido, las cuales creían de mal tono comer mucho, asombrábase de la voracidad de doña Sol y de la distinción con que cumplía sus funciones nutritivas.

Esta prueba había de hacerse en el equinoccio de primavera, cuando la naturaleza toda excita al amor. La mujer debía sentirle por la hermosura y admirarla vivamente; pero de un modo espiritual y santísimo.

Siguiendo el mozo su historia, dijo que entre sus tentativas de poeta y de novelista fue cuando conoció a Luz, al salir ésta un domingo de las Calatravas. Se metió en el carruaje que la aguardaba en frente, y desapareció calle abajo. Ángel sólo tuvo tiempo para admirarla y para saber su nombre. Le oyó pronunciar en un corrillo de desocupados que la conocían.

Que viniera su madre, santo y bueno; pero que fuera ella a vestirse y acicalarse, de ningún modo... No lo podía consentir. O había o no había franqueza entre convecinos y hasta comparientes tan íntimos como nosotros. A puño cerrado creía que Neluco y yo nos habíamos quedado cortos en la manera de verla y admirarla.