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Actualizado: 29 de mayo de 2025
Después de la comida, supe que don Guillén era lectoral en la catedral de Castroforte, y que venía a predicar los sermones de Semana Santa en la capilla del Palacio Real. De seguro era un pico de oro.
Llamábanse así los asientos del piso superior, que se denominaban antes desvanes, y que ocupaban principalmente el público ilustrado y los clérigos. Era entonces moda estudiar á Tertuliano, y los eclesiásticos, sobre todo, tenían la costumbre de aducir en sus sermones citas de sus obras, por lo cual se les llamaba en broma tertuliantes, y tertulia al lugar que ocupaban.
Quiero decir con esto que, por no proponerse el autor defender esta o aquella opinión, se coloca por cima de lo opinable, se deja guiar por su recto sentido, y sin sermones o discursos logra que resulten de la condición y carácter de los personajes y de la acción en que intervienen una muy alta moralidad y cierto consolador optimismo, aun en medio o después de las mayores tragedias.
Pero esto había sido al principio. Después... el público empezó a cansarse. Decían que el Obispo se prodigaba demasiado. «El Magistral no se prodigaba». Estudia más los sermones decían unos. Es más profundo, aunque menos ardiente. Y más elegante en el decir. Y tiene mejor figura en el púlpito. El Magistral es un artista, el otro un apóstol.
De vez en cuando miraban al revolucionario con ojos insolentes. «¡Un tío embustero, como todos los que se presentaban en busca de los trabajadores! Los que habían seguido sus doctrinas pudrían tierra en el cementerio, y él estaba allí... Menos sermones y más trigo...» Ellos eran listos, habían visto lo suficiente para enterarse y estaban con el que daba.
Juanita no ha embarnecido. Está gallarda y bonita como siempre. Se viste de seda, sin que el padre Anselmo la censure en sus sermones, y parece una princesa encantada, pues no pasan días por ella. Tampoco envejece don Paco, porque la felicidad mantiene, conserva y hasta remoza, y él es feliz de veras. El pobre don Alvaro de Roldan es el que está muy averiado.
Sólo que, según dicen los que van de noche a casa, los diputados predican que seamos malos, y esto es lo que no entiendo. Esos discursos le contesté risueño no son sermones, son debates. Efectivamente; me ha parecido que no son sermones, sino que uno dice una cosa, otro otra, y parece como que disputan. Justamente. Disputan; cada uno dice lo que cree más conveniente, y después...
Vizcaya entera pasó por aquí: peregrinación de señoras, peregrinación de criadas de servir, peregrinación de obreros; las anteiglesias en masa con sus párrocos al frente, y sermones al aire libre de religiosos de todas las órdenes, y de padres jesuítas: pero sermones buenos de veras, en vascuence: diciendo lo que significaba la coronación de la Virgen como Señora de Vizcaya.
«¿Pero se va usted...? ¿Se ha puesto malo? ¿Es que no le gustan mis sermones?». «Si no me voy, la entrego pensaba el misántropo, apretando los labios... . Esta pícara me está asesinando». ¿Te vas, Manolo? le preguntó D. Baldomero desde el otro extremo de la habitación. ¡Si me echan, padrino...! Su hijita de usted me quiere desterrar. ¡Ay, qué pillo!... Si es todo lo contrario.
Sus sermones en las grandes romerías, en las fiestas de la Asociación de la Vela Nocturna y otras corporaciones que le tenían por director, eran arengas de caudillo, hablando de matar ó morir como los paladines de las Cruzadas, por el sagrado Corazón de Jesús.
Palabra del Dia
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