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A cada persona la trataba según sus antecedentes, posición y temperamento. Cuando tropezaba con una devota escrupulosa, viva y ardiente como la marquesa de Alcudia, el buen escolapio apretaba de firme las clavijas, se mostraba exigente, tiránico, entraba en los últimos pormenores de la vida doméstica y los reglamentaba. En casa de Alcudia no se daba un paso sin su anuencia.

Se confesaron con dolor que si en el Paraíso celeste había tantos inteligentes como en el de la plaza de Isabel II, la pita que en aquel instante estaban dando a sus amiguitos debía de ser monumental. A seguida del canto vino la plática o conferencia del padre Ortega. Acomodóse el sabio escolapio en un rico sillón de ébano y marfil en el centro de la capilla.

El autor anónimo niega también historiadores á la moderna Compañía de Jesús en España. En lo que toca á ciencias naturales, no tienen nada de que jactarse. No sólo, dice, «no pueden presentar una obra como la del Agustino P. Blanco sobre la flora de Filipinas, pero ni un observador de la naturaleza como el escolapio Padre Ainza».

Pero todos hablaban en voz más alta que él. La palabra del ilustrado escolapio era siempre suave, apagada, como si jamás saliese de la sala de un enfermo. Cuando él hablaba, sin embargo, establecíase el silencio en el grupo, se le escuchaba con placer y veneración. La marquesa, al acercarse, le besó la mano rendidamente y le preguntó con interés por el catarro que hacía días padecía.

Mi tía había sido muy religiosa; aunque víctima en los últimos tiempos de un padre escolapio, que le había eliminado graciosamente algunos miles de pesos, su fervor por los frailes y monigotes corría parejas con sus entusiasmos políticos: de modo que a su entierro asistían todos los clérigos de las parroquias principales, correctos la mayor parte, y una delegación de cada cofradía: franciscanos, dominicos, etc., incorrectos bajo el punto de vista de la higiene personal.

En vez de las pláticas morales que se usan y de las huecas y disparatadas declamaciones de sus colegas contra la ciencia y la razón, los sermones de nuestro escolapio trascendían fuertemente a lecturas modernísimas: en todos ellos procuraba demostrar directa o indirectamente que no existe incompatibilidad entre los adelantos de la ciencia y el dogma.

La propiedad es el presente, el pasado y el porvenir de la familia; es el lugar donde crece y se dilata en el tiempo; es el suelo que aseguraron los abuelos que se van, puesto hoy bajo las plantas de la posteridad que se eleva bendiciéndolos". Cerca de una hora estuvo el sabio escolapio asentando sobre sólidas bases la existencia de la familia cristiana.

Al terminar el escolapio se le cumplimentó con sonrisas y reprimidas exclamaciones de entusiasmo. Todos hablaban en voz de falsete respetando el sagrado del recinto. La señorita correosa que había preguntado antes qué sería de ella si el padre Ortega le faltase, corrió a tomarle la mano y se la besó repetidas veces con arrebato que hizo cambiar algunas miradas de burla a los circunstantes.

En sus mocedades habían cosido muchos manteos y sobrepellices para los canónigos de Toledo y para los clérigos de la corte; pero en la época de nuestra historia, por razones sociales que no es oportuno consignar, sólo consagraban su mísera existencia á remendar las verdinegras hopalandas de algún escolapio ó de algún teniente cura pobre y andrajoso.