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Para él no existían quemaduras ni costurones; todo era como antes tersura, nácar y alabastro; sus notas se arrastraban siempre lánguidas, voluptuosas, enamoradas. En casa del fisiólogo nada se sospechaba del fondo sensual que encerraban. Sánchez no podía reparar en tales futilezas. D.ª Carolina iba poco por el café y estaba muy lejos de presumir que existiese en la tierra tal desinteresado amor.

Las paredes estaban cubiertas de retratos: señoras bonitas, haciendo resaltar sus gracias con actitudes lánguidas, dirigiendo una sonrisa insinuante a todos los timadores y fosforeros que se paraban a contemplarlas; varones con los ojos estáticos, en muda y eterna admiración de algo que nadie sabe.

No tardé en ver entre aquellos admiradores a Olóriz, atusándose, por variar, la barba y dirigiendo miradas lánguidas a Raquel. Se conoce que luchó un poco con el temor, pero que, al fin, se decidió a saludarla. Llegose, pues, y se quitó el sombrero, dejando al descubierto su magnífica cabellera rubia, peinada cual si viniese directamente de la peluquería.

A fin de justificar el nombre, sin duda, corrían por todos sus calados balaústres airosos festones de rosal enredadera, al extremo de cuyas ramas oscilaban las cabecitas lánguidas de las últimas rosas de la estación.

Educada con esa libertad de las americanas del Norte, que, en ella, lejos de degenerar en desvergüenza, era una tranquila conciencia de su fuerza, Eva se destacaba absolutamente en aquella sociedad cosmopolita en la que las antiguas familias romanas, lánguidas y agotadas, tratan de regenerarse al contacto de los jóvenes bárbaros, como Tiberio en Caprea, con esos baños de sangre impotentes para renovar la de sus venas.

El Pedregoso, el gárrulo Pedregoso corría, como siempre, límpido y parlero; como le vi tantas veces cuando era yo niño: espumoso al tropezar con una roca; cerúleo y adormecido en sus pozas umbrías, bajo el dosel de los álamos, queriendo arrastrar a su paso las espiras lánguidas de los convólvulos perennes. Buscaba yo rostros conocidos, y muchos vi, pero empalidecidos, como fotografías borradas.

y lánguidas miradas femeninas, y la mujer se mueve entre sus sedas con felina arrogancia de pantera. Estoy en pleno monte. Recluído en un camaranchón llamado escuela, siento sobre mi alma la secuela de la dolencia del que está aburrido. En pleno monte. Flota en el ambiente la gris opacidad de una neblina, que a los rayos del sol se difumina y se rasga en girones lentamente.

Pero nuestro joven no se dejó abatir por estas nubecillas tan frecuentes entre enamorados y continuó bloqueando, unas veces por medio de pláticas eruditas y otras con actitudes lánguidas y románticas, la carita redonda y los tres mil duros de renta de la inquieta damisela.

Sus mejillas, siempre sonrosadas, estaban ahora vivamente encendidas, no tanto por el movimiento como por el amor que poco a poco, a impulso de las cadencias lánguidas de la habanera se había ido apoderando de su ser. Ramona, encendida también como una amapola, apoyaba la barba adornada por los lados con dos hechiceros hoyuelos, sobre su hombro.

Pero, he ahí que un estremecimiento agita el aire. Una onda, un movimiento se ha producido, allá abajo. Se diría que las torres se han bamboleado y se hunden, dulcemente, en la onda taciturna, como si las cimas hubieran producido un ligero vacío en el cielo brumoso. Entonces las ondas tienen una luz más roja, las horas transcurren sordas y lánguidas.