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Después de un breve diccionario de palabras de época, tómese usted el tiempo que quiera: con sólo decir mañana de cuando en cuando y de echarles palabras todos los días, como echaba Eneas la torta al Cancerbero, duerma usted tranquilo sobre sus laureles.

En fin, el guarda de la aduana, con sus aires de persona importante ó cancerbero del puerto, arroja sobre el recien venido una mirada escrutadora ó de proteccion, como para hacer comprender que tiene en sus manos las llaves de las puertas.

«Todo se puede echar a perder ahora», había pensado don Álvaro. «La devoción sería un rival más temible que Cármenes; el Magistral un cancerbero más respetable que don Víctor Quintanar, mi buen amigo». No había más remedio que jugar el todo por el todo. Había llegado la época de la recolección: ¿serían calabazas?

Al pisar su primer recinto, entrando por la escalera de Damas, un cancerbero con sombrero de tres picos, después de tomarnos la filiación, indiconos el camino que habíamos de seguir para dar con la casa de nuestro amigo. «Tuercen ustedes a la izquierda, después a la derecha... Hay una escalerita. Después se baja otra vez... Número 67».

¡Gaznápiro! decía para don Bernardino, le tengo sentado en la boca del estómago; ¡no poder hacerle saltar sin escándalo! y ahí siempre, a la entrada, de cancerbero. Ahora no le veo, pero, cuando entré me miró como burlándose... ¡Otro más que lo sabe! ¡ah! ahora le veo... mírame bien, estúpido, ¿no me conoces? , soy yo, el mismo.

Tristán secamente respondió: Nunca. Estupefacción en todos los comensales. Viendo el efecto que había causado añadió al cabo de un momento: Nunca mientras Estévanez ejerza en el Español el supremo mangoneo, sea el cancerbero que la Empresa tiene a la puerta. ¿Pero no fue Estévanez quien lo ha presentado y el que prometió hacerlo poner en escena? preguntó el primo Vilches.

Destacábase en el pórtico, secular cancerbero, una Esfinge de piedra, ¡una viva y rugiente Esfinge de piedra!... En vez de proponernos cuestiones insolubles para devorarnos si no las resolvíamos, como a Edipo y a tantos otros mortales, huyó a nuestra vista arrastrando el rabo. Un rabo tan pesado, que hacía un surco en la tierra que se dijera el lecho seco de un torrente.

No replicó Lázaro; necesito verle yo mismo. Pues mañana temprano ... dijo el criado en un tono que era fácil de traducir por "váyase usted." Lázaro comprendió que era imposible sacar más partido de aquel cancerbero, y salió; pero tenía vivos deseos de ver á Bozmediano aquella misma noche.