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Vilches tenía niños y se habló de ellos y de otros asuntos, pero se abstuvo de preguntar por Reynoso y lo mismo de invitarla a subir a ver a su esposa. Esto último hirió profundamente a Elena, que al despedirse apenas se atrevió a decir: «Recuerdos a RosaAquella misma tarde regresó a Madrid.

Entonces la señora dió voces, alborotóse el vecindario, acudió la ronda, y con universal sorpresa hallaron moribundo al honrado Vilches, quien cantó de plano y denunció a sus compañeros de empresa. Todos se hicieron lenguas del arrojo de doña Feliciana, y en Lima no se hablaba de otra cosa. De haber habido periódicos, la habrían consagrado estrepitoso bombo en la crónica local.

El caso ocurrido con el padre, maestro Vilches, del convento de Nuestra Señora de la Merced calzada, es digno de ser recordado, porque, en verdad, tiene interés y curiosidad.

Don Germán le había hablado más de una vez del asunto desde que llegaron, pero no daba su brazo a torcer y esquivaba la conversación por temor de que se le fuera la lengua. Al fin se le fue cierto día estando de sobremesa. Habían comido con ellos Cirilo y Visita y el farmacéutico Vilches con su esposa, primos de Elena. Visita inocentemente le preguntó cuándo se representaba su drama.

¡Elena! Pero ¿eres ? El primo Vilches la saludó con efusión un poco embarazada. La conducta de Elena había disgustado a toda la familia. Desde hacía ya tiempo el farmacéutico, que iba con frecuencia a Madrid, no había puesto los pies en su casa.

Tristán secamente respondió: Nunca. Estupefacción en todos los comensales. Viendo el efecto que había causado añadió al cabo de un momento: Nunca mientras Estévanez ejerza en el Español el supremo mangoneo, sea el cancerbero que la Empresa tiene a la puerta. ¿Pero no fue Estévanez quien lo ha presentado y el que prometió hacerlo poner en escena? preguntó el primo Vilches.

Hombre muy docto en sagrada teología, versado en letras, de austero carácter y puras costumbres, era el reverendo Vilches, por todo lo cual estaba en el mejor concepto, no sólo entre la respetable comunidad, sino también entre cuantos lo conocían y frecuentaban su trato.

El padre maestro Vilches fué preso, costando mucho trabajo la formación de la causa, pues los religiosos se negaron á declarar ante la justicia «ó por política que observaban ó por precepto que les había impuesto el prelado» con lo cual la gente tuvo ocasión de hacer muchos y muy variados comentarios sobre el suceso, quedando como más aclarado «que el dinero de las Arcas de la Redención le había sacado el dicho padre Vilches, y gastádolo, y que de ello había sido sabedor el religioso lego; y que cautelándose no lo descubriese, lo mató, porque él riñendo con el M. Vilches lo amenazó

El Provincial quiso buscar el dinero en la celda de los religiosos, haciendo escrutinio en ellas; y bien fuese por alguna sospecha, ó por poco afecto que le tuviese, ó por dar ejemplo para que los otros no se excusasen, ni lo sintiesen, empezó por la celda del maestro Vilches.

Pero era el caso que para ir, en esos tiempos, a Ica se gastaba muchos días y se corrían mil peligros; y como las bodegas no podían quedar cerradas o a merced de un dependiente, resolvióse a venderlas, comisión que encargó a un español llamado Vilches, que era su compadre y hombre para ella de toda confianza.