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Muchos de los que poseen esas tierras no han tenido otro mérito que guardarlas improductivas, sin querer venderlas, esperando la inmigración europea que las hiciese prosperar. Como mis ascendientes eran ricos antiguos en aquella época y poseían una gran estancia, no quisieron adquirir campos nuevos. ¡Qué desgracia!...

Allí donde asomaba el mineral de hierro, especialmente el llamado campanil, que era el más rico, allí ponía sus manos de vencedor, diciendo: «Esto es mío». Compraba minas para venderlas al mes siguiente á los ingleses que llegaban detrás de él. Tenía en el abra los vapores á docenas, cargándolos de aquellos terrones rojos que eran como oro.

Ahora soy hombre formal, y voy a comprar mulas para venderlas a la Artillería; hombre de negocios, hombre que se puede poner delante del rey, , señor; porque es un hombre que paga la contribución, un hombre de orden, de ley, que no gusta de oír hablar del roío pueblo ni de la roía revolución; un hombre, en fin, más honrado que Dios, más caritativo que la roía Biblia».

Don Roque, en otras circunstancias, se hubiese alarmado al conocer esta visita. Tal vez preparaban algún robo importante de «hacienda» para llevar las reses al otro lado de la Cordillera y venderlas en Chile. Pero ahora los personajes importantes de la Presa daban más que hacer al comisario que los gauchos dedicados al abigeato.

Pero era el caso que para ir, en esos tiempos, a Ica se gastaba muchos días y se corrían mil peligros; y como las bodegas no podían quedar cerradas o a merced de un dependiente, resolvióse a venderlas, comisión que encargó a un español llamado Vilches, que era su compadre y hombre para ella de toda confianza.

También hemos propuesto quedarnos, aunque con dolor, bajo el dominio de Portugal, y á esto se nos responde que si nos quedamos ha de ser sólo para ser jornaleros y esclavos de los portugueses, sin que tengamos dominio en nuestras casas que hemos fabricado con nuestro sudor y trabajo y sin que seamos dueños de un palmo de tierra para sembrar los granos necesarios para nuestro sustento, ni licencia para coger una hoja de los hierbales que hemos plantado con nuestras manos y regado con nuestro sudor, y todo esto se nos niega al mismo tiempo que á los portugueses que han de dejar la colonia se les concede libremente que si quieren se queden bajo del dominio de España sin perder la posesión de sus casas y bienes, y si quieren salir tienen libertad para venderlas ó donarlas como legítimos dueños de ellas.

Quien las posee no inspira desconfianza, aunque tarde en pagar la cuenta de la semana... Los empleados de las fronteras se muestran galantes: no hay pasaporte más poderoso. Las señoras altivas se ablandan con su centelleo á la hora del en los halls donde una no conoce á nadie... ¡Lo que yo he sufrido para conseguirlas!... Arrostraría el hambre antes de venderlas.

¿Qué es esto? dijeron ellas. ¿Qué medallas son éstas tan bonitas? Será bueno venderlas en la ciudad, padre, si es posible, dijo la niña. El viejo se fue a la ciudad llevando su oro. Quería venderlo, 30 pero le dijeron que eran monedas de oro y que con ellas podía comprar muchas cosas.

El plan de Llera se estaba desenvolviendo puntualmente: esto es, el duque, después de haber tomado un número crecido de acciones, se ocupaba en producir el pánico entre los accionistas. Hacía ya algunos meses que por medio de agentes secretos compraba acciones para venderlas al instante con pérdida. Gracias a estas operaciones, el papel había bajado considerablemente.

Los jóvenes aventureros, sin embargo, no habían hecho bien sus cálculos pecuniarios, y se vieron forzados á vender una mula, aunque de nada les sirviera, puesto que en Segovia quisieron desprenderse de algunas alhajas; el platero, á quien intentaron venderlas, creyó que las habían robado y fueron encerrados en la cárcel, hasta que el Corregidor sospechó felizmente la verdad del caso, y los obligó á volver á Madrid de nuevo.