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Acabó por perder la paciencia y los estribos, y se tiró a fondo con estas preguntas: En fin y remate de todo este fregado, hija mía: a ti ¿te interesa algo o no te interesa la venida de tu primo? ¿te da igual que viva con nosotros o con los parientes de Villavieja? ¿que coja ley a la casa y a las personas de Peleches o que no se le un ochavo de cominos por ellas? ¿que se marche aburrido a los ocho días de llegar, o que no se deje arrancar de allí ni con azadones y agua hirviendo? ¿que sea un borreguito de mieles para ti, o que no le merezcas mayor estima que un costal de paja?

Ella comprendía ahora toda la grandeza de aquella Religión dulce y poética que comenzaba en una cuna y acababa en una cruz. ¡Bendito Dios! ¡las dulzuras que le pasaban por el alma, las mieles que gustaba su corazón, o algo que tenía un poco más abajo, más hacia el medio de su cuerpo!... ¡Y aquel Ripamilán allá arriba, aquel viejecillo que contaba lo del parto como si acabara de asistir a él!

Yo, que siento más que nunca mortíferas nostalgias, no quiero que por tengan las flores nostalgia de las ramas. Es crueldad separarlas de sus tallos antes que lo haga el soplo de las áuras ¡quién sabe si en las horas más de vida que se irán al troncharlas, ellas esparcirán en el ambiente la esencia más sabrosa y delicada que formada con mieles de rocío en sus corolas guardan! Deja que vivan.

El que lea tus versos pensaría eres bardo sutil, semidivino. Virgilio del Parnaso filipino, y filtro del dolor tu poesía. Yo te auguro corona de laureles con tu "Electa", panal de ricas mieles, ánfora evocadora de tus cuitas. Y aspiro, como premio a tus dolores, ofrenden a tu musa bellas flores de cadenas de amor y sampaguitas. Octubre, 1915. Abogado y poeta contemporáneo.

-Así es la verdad -dijo Maritornes-, y a buena fe que yo también gusto mucho de oír aquellas cosas, que son muy lindas; y más, cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles.

No, no; y quien lo dijere miente exclamó D. Santiago, dejando caer de plano sobre la mesa sus dos pesadísimas manos . Don Pedro Velarde pasaba por un oficial muy entendido en el arma, y como fué de los que el Rey envió a Somosierra a recibir al melenudo, éste le trató, supo conocer sus buenas dotes, y quiso atraérselo. ¡Bonito genio tenía D. Pedro Velarde para andarse con mieles!

Ni la verán ciñendo su alba frente de sampagas, al brillo refulgente de sus ojos obscuros y sombríos. Bella mujer, que en los felices días, como la flor que aroma los vergeles, endulzaras la vida con las mieles de tus eternas y mansas alegrías; Dieron solaz las dulces melodías de tu garganta a los proscriptos fieles, y gozó la fragancia de claveles que de tu dulce cuerpo despedías.

En este caso, no puedo dárselo, porque no lo tengo... Pero no sea usted lila, D. Frasquito, ni se haga de mieles, que esa lagartona de la Bernarda se lo comerá vivo, si no le acusa las cuarenta.

De modo, que según la <i>Soberanía de la Nación</i>, el gobierno del reino está dentro de este teatro. Ahora le toca a Argüelles, amiga mía. Lo que me gusta es que todos dicen que están de acuerdo. ¿Para cuándo dejan el disputar? Al principio todo es mieles. Repare usted que estamos en el primer acto. Ahora habla Argüelles.

Las estancias cadenciosas de sus trémulos poemas guardan bálsamos y mieles, no los fieros anatemas forjan lanzas aceradas en la urdimbre de su estrofa, 45 y en la gama de su verso melancólico y flexible hay, si hiere, un dulce ruego de perdón indefinible, y un espíritu doliente y amoroso si apostrofa.