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Los pechos respiraban con menos fuerza; los cuellos se estiraban para ver mejor sobre el hombro vecino; algunas mujeres permanecían sobre un pie nada más, echando atrás el otro, como bailarinas que se inclinan para tocar el suelo con las manos.

Luego, al morir la tarde, despertaba la vida; los insectos empezaban á zumbar, los pájaros sacudían sus alas, los cuadrúpedos estiraban sus patas, y en la sombra todos se agitaban para ofender ó para defenderse, para devorar ó ser devorados. La vida renacía con el fresco de la noche, reanudando sus aventuras y sus tragedias. Morales admiró una vez más la sabiduría de su amigo.

Todavía hay en Santiago quien recuerda a Montero Ríos guiando por las calles un rebaño de cerdos. Más tarde guió electores. Luego, diputados... . Los cerdos llevaban aquí una vida completamente patriarcal. Cuando les llegaba su San Martín, berreaban horriblemente y estiraban una pata, que era un jamón. Morían dolorosamente, pero sin remordimientos de conciencia.

Su frente, surcada de finísimas rayas curvas que se estiraban o se contraían conforme iban saliendo las frases de la boca, se guarnecía de guedejas blancas. Con estos reducidos materiales se entretejía el más gracioso peinado de esterilla que llevaron momias en el mundo, recogido a tirones y rematado en una especie de ovillo, a quien no se podría dar con propiedad el nombre de moño.

Toda cuchara, al ir del plato á los labios, veía inmediatamente, en tan corto viaje, posarse sobre sus bordes algunas de estas intrusas, que se estiraban, alargando las patas y agitando las alas.

Unas se estiraban lo mismo que fieras perezosas, sin reparar en lo que dejaban al descubierto; otras apoyaban la mandíbula en las rodillas, mientras mantenían éstas entre sus brazos cruzados. El estaba en el suelo, sobre una gran bandeja de plata, en la que movía la lámpara de alcohol su penacho azul casi invisible. Julieta había hecho valientemente la presentación de la vieja á sus amigas.

Los que a la caída de la tarde parecían reanimarse con la brisa y se estiraban impulsivamente, lo mismo que fieras carnívoras que despiertan, quedábanse ahora hundidos en los sillones del fumadero con la inconsciencia ciencia de la boa enrollada, siguiendo vagamente las espirales de humo del cigarro.

Después de tres días Nébel decidió aclarar de una vez ese estado de cosas, y aprovechó para ello un momento en que Lidia no estaba. Hablé con mi padre comenzó Nébel y me ha dicho que le será completamente imposible asistir. La madre se puso un poco pálida, mientras sus ojos, en un súbito fulgor, se estiraban hacia las sienes. ¡Ah! ¿Y por qué? No repuso con voz sorda Nébel.

Lubimoff se complacía en notar las arrugas que una atención intensa iba formando en torno de sus ojos; el afilamiento de su nariz, las dos profundas grietas que estiraban los extremos de su boca, dándola una expresión de prematura vejez. Todas sus preocupaciones femeniles desaparecían en el transcurso de las horas.

Las camisas presentaban coquetonamente el adornado escote, ocultando la lisa falda; los pantalones estiraban, simétricas y unidas, una y otra pierna; las chambras tendían los brazos, las batas inclinaban el cuerpo con graciosa laxitud. El blanco suave y ebúrneo de las puntillas contrastaba con el candor de yeso del madapolán.