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Actualizado: 2 de junio de 2025


Deje usted, ahí tengo yo cuenta». Después todo aquello aparecía en la cuenta del Marqués. Equivocaciones; como habían ido sus criados a comprar.... Se comían la merienda. En la primera noche de tertulia se hacían los comentarios. Visita, ¿qué tal, nos hemos empeñado? Poca cosa... un piquillo... Pues a ver, a ver, que se pague. Nada más justo. A escote. Dejen ustedes, ¿se quieren ustedes callar?

Su graciosa actitud hablaba: "¿Qué podrá pasar? Lástima no poder oír lo que éstos van a decirse". Adriana se sentó. Muñoz, mudo, casi no la veía. La impresión de hallarse de nuevo con ella, le infiltraba una extraña insensibilidad. Sin atreverse a mirarla en los ojos, se puso a observar atentamente la gargantilla de perlas en el triángulo de blancura que dejaba el breve escote.

La señorita Nancy, decía, en efecto, descote, por escote, naguas por enaguas y haiga por haya, faltas que chocaban necesariamente a los oídos jóvenes que frecuentaban la buena sociedad de Lytherley. Estas hablaban lo mismo en la intimidad de la familia, pero pocas veces decían haiga delante de los extraños. La señorita Nancy, en verdad, nunca había visto más escuela que la de la maestra Tedman.

Cuando la sábana hubo caído sobre el lecho, Miguel apareció intensamente pálido, con una luz agresiva en sus pupilas. Ella, creyéndole enfadado por su broma, rió maliciosamente, apoyando las manos en el colchón. El jadear de esta risa entreabría el escote de su bata, dejando ver en perspectiva horizontal el secreto de unas redondeces blancos y trémulas perdiéndose en misteriosa penumbra.

Había que verla en aquel retrato: amplio el escote; corto el talle; desnudo el torneado brazo; ricillos en las sienes; rica, donairosa mantilla, y ladeada peineta de boca de olla; ¡ni más ni menos que la reina, doña María Luisa! ¡Con razón los pisaverdes y lechuginos de Pluviosilla se bebían los vientos por mi hechicera tía!

El collar de perlas seguía fijo en su cuello, asomando por el escote angular... Era una magnificencia de artista rica que todo se lo echa encima; de enamorada de las joyas que no puede vivir sin su contacto y las coloca sobre su piel apenas salta de la cama, despreciando la hora y las reglas de la discreción. Pero Ferragut no podía distinguir lo extemporáneo de este lujo.

Julián retrocedió, y la jarra tembló en su mano, vertiéndose un chorro de agua por el piso. Cúbrase usted, mujer murmuró con voz sofocada por la vergüenza . No me traiga nunca el agua cuando esté así... no es modo de presentarse a la gente. Me estaba peinando y pensé que me llamaba... respondió ella sin alterarse, sin cruzar siquiera las palmas sobre el escote.

Mientras él pagaba el escote contando chascarrillos, en la gran mesa de la cocina, que desde el casamiento de don Pedro no usaban los amos, se veían, no lejos de la turbia luz de aceite, relieves de un festín más suculento: restos de carne en platos engrasados, una botella de vino descorchada, una media tetilla, todo amontonado en un rincón, como barrido despreciativamente por el hartazgo; y en el espacio libre de la mesa, tendidos en hilera, había hasta doce naipes, que si no recortados en forma ovada por exceso de uso, como aquellos de que se sirvieron Rinconete y Cortadillo, no les cedían en lo pringosos y sucios.

El ventero, a quien no se le pasó por alto la dádiva y recompensa que el cura había hecho al barbero, pidió el escote de don Quijote, con el menoscabo de sus cueros y falta de vino, jurando que no saldría de la venta Rocinante, ni el jumento de Sancho, sin que se le pagase primero hasta el último ardite.

Vestía con lujo, y en su peinado se gastaban los polvos por almudes, y como no tenía malas carnes, a juzgar por lo que pregonaba el ancho escote y por lo que dejaban transparentar las gasas, todo su empeño consistía en lucir aquellas partes menos sensibles a la injuriosa acción del tiempo, para cuyo objeto tenía un arte maravilloso.

Palabra del Dia

cabalgaría

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