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Los teatros de la Cruz y del Príncipe eran, como antes, propiedad de las hermandades de Nuestra Señora de la Soledad y de la Pasión, que los cedían á las compañías de cómicos y percibían de los concurrentes cierta suma, como dueños de los teatros . Los productos se repartían entre los diversos hospitales de la capital.

La marquesa y su hija fueron del parecer del marqués, y hasta se creyeron conmovidas con los períodos más elocuentes de su discurso; razón por la que se decretaron las instancias «como se pedía...» y un poquito más, en cortés y debida correspondencia. ¡Ni más ni menos que si el marqués y la marquesa creyeran que en aquel acto cedían sorprendidos por la fuerza de las circunstancias, y no al aceptado y bien consentido imperio de sus nativas vanidades! ¡Como si su hija, tan opuesta por temperamento a todo linaje de fingimientos y disimulos, no supiera que antes de insinuarse la pretensión en las pocas personas que la manifestaron, ya tenía, cada uno de los tres, resuelto el caso en la mente!

En vano alegó el padre rector que el niño lo estaba de sobra, que aquel rigorismo francés era un resto del jansenismo que las indicaciones de la Iglesia y el celo del clero habían ya hecho desaparecer por completo, y que era una maldad, un verdadero delito, privar por tanto tiempo a un alma inocente del auxilio de un sacramento que obra ex opere operato... Villamelón se encogía de hombros, no comprendiendo bien de qué óperas se trataba; los astutos escrúpulos de Currita no cedían, y sospechando el padre rector la hipócrita hilaza, dijo terminantemente que, de seguir el niño en el colegio, comulgaría el día de san José, sin el permiso de sus padres.

Además, se presentaban en el Casino á primera hora, para ocupar los mejores sitios en las mesas, y luego cedían su silla á un jugador rico, cliente fijo, que las recompensaba con generosidad si le favorecía la suerte. Aún tuvo otros encuentros. Pasaron junto á él unas cuantas viejas, pero de una vejez incapaz de arrostrar el aire libre y la luz del sol.

Mientras él pagaba el escote contando chascarrillos, en la gran mesa de la cocina, que desde el casamiento de don Pedro no usaban los amos, se veían, no lejos de la turbia luz de aceite, relieves de un festín más suculento: restos de carne en platos engrasados, una botella de vino descorchada, una media tetilla, todo amontonado en un rincón, como barrido despreciativamente por el hartazgo; y en el espacio libre de la mesa, tendidos en hilera, había hasta doce naipes, que si no recortados en forma ovada por exceso de uso, como aquellos de que se sirvieron Rinconete y Cortadillo, no les cedían en lo pringosos y sucios.

Alli donde se presentaban, desalentados por sus estériles esfuerzos los antiguos dominadores de Venezuela, cedian el campo á los ya aguerridos soldados de la libertad. El 3 de Agosto capituló Morales bajo las mas generosas condiciones de los republicanos, que haciéndolo asi se coronaban de gloria; y doce dias despues se hacia á la vela aquel memorable general con rumbo á la isla de Cuba.

Sin embargo, el valiente y artificioso Quino, después que dejó á su amigo en seguro, se lanzó otra vez á la refriega. Observando que los suyos, antes tan animosos, cedían al empuje poderoso de Toribión y perdían terreno gradualmente, una tristeza profunda le traspasó el corazón. Entendió claramente que no tardarían en darse á la fuga.

Me encuentro en esa fatídica línea que separa la juventud de la edad madura... Si resbalo, en ese período de la existencia, llevando a él las pasiones y los hábitos de los pasados días, no puedo hacerme ilusiones sobre el porvenir que me espera... Me parece que tengo algunas nociones siquiera de honor y de buen gusto... además, profeso instintivo horror a todo lo que es falso y bajo... y, sin embargo, si me abandono al ciego destino en estos momentos de crisis, vislumbro un futuro que hiere todas mis singulares aprensiones... Entreveo en el horizonte amores de decadencia, una juventud artificial obstinándose en combatir en vano contra las advertencias y las humillaciones de la edad... secretas operaciones de tocador tan vergonzosas como inútiles... alguna vieja amante legítima in extremis... y otras mil cosas del mismo género, a las cuales, es cierto, amigo mío, que en nada me cedían cuanto a delicadeza, han concluído por resignarse mansamente... Pues bien, mi buen Fabrice, cuanto más reflexiono acerca del medio de escapar a este triste futuro, tanto más me convenzo de que no hay otro medio sino seguir la trillada senda de nuestros antecesores.

Al cabo de un rato, los dos bailarines cedían sus puestos a otros dos, que se les ponían delante, retirándose los dos primeros. Esta operación se repetía muchas veces, según la costumbre del país. Entre tanto, el guitarrista cantaba: Por el que dio la niña a la entrada de la iglesia, por el que dio la niña, entró libre, y salió presa.

Acudían á la muerta población hombres de todos los países, deseosos de roturar un suelo que podía después ser suyo. Una costra de verde tierno y luminoso iba cubriendo los campos antes polvorientos. Los matorrales secos y punzantes cedían el sitio á los árboles jóvenes.