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Carmen Tagle se echó a reír encogiéndose de hombros, y Leopoldina volvió a mirarlas, diciendo por debajo de los gemelos: Pues te digo que con el terciopelo que gastó la madre en cubrirse hasta las orejas podía haber subido un poquito el escote de la hija... ¡Vaya con la indecente!... Y la chica es monísima... ¿Cómo se llama?...

Las despedidas cara a cara no son buenas para romper. Haré lo que quieras, lo que me mandes, niñita de mi alma, monísima... más salada que el terrón de los mares. iv A la siguiente mañana, Jacinta se levantó muy gozosa, con los espíritus avispados, y muchas ganitas de hablar y de reír sin motivo aparente. Barbarita, que entró de la calle a las diez, le dijo: «¡Qué retozona estás hoy!... Oye.

Currita la esperaba impaciente, y la falaz exploradora apresuróse a decirle, con cierto maligno gustito, que la incógnita en cuestión era una muchacha monísima, de todo el mundo desconocida, a quien acababan de bautizar ellas, por tenerlo muy bien merecido, con el significativo nombre de La dama de las camelias.

Al pronto no le había conocido, porque difícil era reconocer en aquel arrogante mozo al débil jovencillo Jacobo Téllez-Ponce, casado doce años antes con la marquesa de Sabadell, prima lejana de Currita; desde entonces no había vuelto a verle esta, y jamás le hubiera reconocido si, corriendo a ella Leopoldina Pastor, no le dijera: ¿Has visto a Jacobo Téllez?... Decían que se había casado en Constantinopla con una turca monísima... ¿Qué traerá aquí ese indecente?

Aquella noche llegó María Valdivieso muy animada, cerca ya de las nueve... Era preciso, indispensable y urgentísimo que Currita se viniese con ella al Circo del Príncipe Alfonso... Debutaba Miss Jesup, una diva monísima hija de un general yanqui. Había venido recomendada a Pepa Alcocer y a otras varias de la Grandeza; Paco Vélez se lo había dicho.

Al parecer, está seguro de que, siéndolo, Urreta le dará su hija. Yo detesto la política.... ¿Sabes que Irenita está monísima con su traje de cazadora?... ¡Ps! vistosilla.... No, no, monísima. ¿Dónde anda su marido, que no le he visto más que al entrar?

Sólo el hecho de haberme citado en la Moncloa demuestra que esta pobre chica no tiene experiencia ni pizca de malicia. ¡Está monísima! Ahora, ahora que no está en Madrid el bestia de su marido, es cuando tengo que domesticarla. Y ha de ser en mi casita. ¡Venus a domicilio! ¡Vaya si vendrá! La verdad es que lo más cómodo es que ellas vengan a verle a uno. ¡Y cómo les gusta!

Durante el camino no me atreví á despegar los labios. Ella también iba silenciosa. El conde y Pedro charlaban de las ocurrencias de la caza. Cuando llegamos á casa era ya noche. Lo primero que vimos en el portal fué á la monísima Emilia que extendió los bracitos hacia su madre gritando de alegría.

Se había puesto excesivamente, monstruosamente gruesa; el pecho desbordaba del corsé; la cintura, salida de madre, invadía las caderas; los brazos, del codo al hombro, tenían más de muslos que de brazos; el cuello, corto, con un collar de grasa, que caía en blanda papada sobre el cuerpo del vestido, manchado por la transpiración y los polvos de arroz; la cara, mofletuda, colorada, reluciente; los ojos, enterrados en tanta gordura, lacrimosos, a la sombra de un flequillo postizo, que se encrespaba sobre las cejas peladas... Y encima del peinado pretencioso, una capota rosa, una capotita monísima... ¡Qué bajón tan grande había dado la señora de Esteven!

Pues, lisa y llanamente, las lágrimas de sus ojos y la expresión dolorida de su cara infantil; y yo me preguntaba en cuanto salí de mis dudas: «Pero ¿cuándo está más mona esta chica? ¿cuando ríe y gorjea como los pajaritos del monte, sin penas ni cuidados, o cuando siente, como ahora, a falta de dolores propios, la compasión que le inspiran los ajenos?» Y no sabiendo por cuál de estos extremos optar, quedéme con los dos, porque es lo cierto que, riendo o llorando, estaba monísima aquella criatura.