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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Después me dijeron que les cantase el jaleo, y lo canté de pie sobre una banqueta. ¡Ave María Purísima! Hasta los soldados se acercaban a la tienda para oír. Entre los oficiales había dos que no me dejaban de la mano, y me decían que si me pasaba al ejército francés me tomarían por ayudante, llevándome a Francia, a París, y de París a recorrer toda la Europa.

Aun todavía D. Lope no había segundado la lectura del enfurecido billete, cuando entró de nuevo el soldado diciendo: Día es de postas y correos: mi gozque, que ha corrido el campo, ya a esta hora trae este billete, que si no es de María, deberá ser de algún pintor, pues ni el famoso Lucas, ni Iciar, ni otro alguno de los de la péndola hará ni más ni bien asentada letra, ni más delicados perfiles.

Es cierto... Lo que usted dice es justo y cierto... ¡Ah, María Teresa, María Teresa!... Y trastornado, Juan balbuceaba: ¡Libre, usted es libre! La joven respondió: No, Juan, no, yo no soy libre; si me he desligado, es porque, durante mis frías relaciones con Martholl, conocí que todo mi corazón pertenecía a otro... ¡A otro! ¡Ah! Juan, ¿no adivina usted?

Para otras personas, parece indispensable favorecer actividades de traducción. Maria Victoria Marinetti es profesora de español para empresas y traductora.

Terminaron con la comedia de D. Antonio de Solís, Psiquis y Cupido, que se representó con el mayor lujo en el teatro del Buen Retiro. Las máquinas que sirvieron para esta función teatral, eran obra del ingeniero italiano María Antonozzi.

En verdad, muchas veces dije: esperemos a ver en qué para esta monja, que no es bueno dar fe tan presto a sus virtudes y revelaciones; no tanto porque dudase de ella, cuanto por juzgar que así conviene para mujeres. Pero ahora declaro que la dicha Teresa ha dado a entender ser posible en ellas la perfección evangélica. Y así mesmo doña María, padre Crisóstomo.

Durante aquel intervalo de mudo terror, que desde la escena donde tal drama pasaba se comunicó a nosotros, haciéndonos temblar como quien aguarda un terremoto, se sintieron los tenues chasquidos de un papel que se desdobla, y luego una exclamación de sorpresa, asombro o no si de fiereza inaudita, que salió del tempestuoso seno de doña María.

María lo conocía y su orgullo se indignaba, pero como la exquisita cortesía de la duquesa no se desmintió jamás; como en su grave, modesto y hermoso rostro no se había manifestado nunca una sonrisa de desdén ni una mirada de altanería, María no podía quejarse. Por otra parte, el duque, que era tan digno y tan delicado, ¿cómo había de permitir que nadie se le quejase de su mujer?

La viña estaba llena de mujeres, y a Luis le agradaba el trato con aquellas mozas serranas que reían las gracias del señorito, y agradecían sus generosidades. María de la Luz y su padre acogían como un honor la asiduidad con que Luis visitaba la viña. De la ruidosa aventura de Matanzuela, apenas si quedaba un lejano recuerdo. ¡Cosas del señorito!

Buen día, mi buena Paulina, ¿cómo te va? Muy bien, ocupándome de tu comida. ¿Quieres saber lo que hay? Sopa de papas, una pata de carnero y crema. ¡Admirable! Adoro todo eso y me muero de hambre. Y ensalada, se me olvidaba ensalada que me ayudarás a preparar. Comerán a las seis y media en punto, porque esta noche, a las siete y media, comienza el mes de María. ¿Dónde está mi padrino?

Palabra del Dia

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