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Actualizado: 15 de mayo de 2025
No era precisamente una comida alegre, si bien Luis María, por lo menos, estuvo muy cordial conmigo. Querría decir lo mismo de la madre, pero por más esfuerzos que hacía para hacerme grata la mesa, evidentemente no ve en mí sino a un intruso a quien en ciertas horas su hija prefiere un millón de veces. Está celosa, y no debemos condenarla.
La enfermera María Astafievna no estaba enamorada de Pomerantzev; desde hacía tres años, el tiempo que llevaba en la clínica, amaba desesperadamente al doctor Chevirev y no se atrevía a decírselo.
Aquellos inteligentes no sólo encomiaron, examinaron y analizaron la calidad del órgano, la flexibilidad de garganta y todo lo que hacía tan sobresaliente el canto de María, sino que también pasaron revista de inspección a sus prendas personales.
Madre decía Manuel, conmovido al presenciar el llanto de la buena mujer , si llora usted ahora a jarrillas, ¿qué haría si me muriera yo? No lloraría, hijo de mi corazón respondió la madre, sonriendo en medio de su llanto . No tendría tiempo para llorar tu muerte. Vinieron las caballerías. Stein se arrojó en los brazos de la tía María.
Esta carta es curiosa y merece citarse: «Sepades, dice á los alcaldes y alguacil de Córdoba, que el cavildo de la Eglesia de Sancta María de Córdoba me embiaron decir que tienen carta del rey mio padre abierta en como quita de todo pecho a quatro moros que labren en su Eglesia, e porque diçen quel uno destos moros es muerto et el otro ciego en guisa que non puede labrar pidiéronle merced que pusiessen otros dos moros en logar destos et que fuessen quitos de todo pecho assi como lo eran los otros, et él tóvolo por bien.
El mayorazguito continuó en voz baja el Avemaría que había empezado en alta voz, y todos los de nuestra fila le imitaron, como si aquello en vez de escuadrón fuera un coro de religioso rezo, y lo más extraño fué que Santorcaz, poniéndose pálido, cerrando los ojos, y quitándose el sombrero con humilde gesto, dijo también «Santa María...»
María Teresa y Diana pasaban y volvían a pasar entre todos, ofreciendo tazas de chocolate, de té, y en platos de cristal tallado, muffins, pastas, dulces, bombones, y, entretanto, las frases se cruzaban, los apartes se deslizaban. En cierto momento, con toda inocencia, Max Platel se aproximó a Huberto: La señorita María Teresa es una armonía viva dijo, mientras su mirada la seguía por el salón.
María vacila un instante; su agilidad repara tal peligro, afianzando los ramos de espadaña que al lado crecían, un instante más y era salva; pero un torbellino de aire que subía de aquellos senos obscuros, contrastando con tantos obstáculos, vuelve a inclinar el ligero cuerpo, y por esta vez todo auxilio fué en balde.
Pedro Marsilio, traducida por D. José Maria Cuadrado. Mr.
Pero dejándonos de bromas y ya que hablábamos de vuestro sobrino, ¿cómo ha pasado la noche ese valiente joven, señora María? ¡Qué! ¿conocéis á mi sobrino, tío Manolillo? ¡Bah si le conozco! ¿pero no habéis oído, señora María, ó es que tanto os interesa tener limpias las sartenes, ya que no podéis tener limpia la conciencia?
Palabra del Dia
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