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Actualizado: 29 de junio de 2025
Hay que tener perseverancia y fe, esperar á que la libertad dé sus frutos y no condenarla desde el primer día. ¿No sería loco el que plantando un árbol le arrancara desesperado al ver que no echaba raíces, crecía y daba flores y frutos al primer día?" Es probable que el militar no empleara estos mismos términos; pero es seguro que las ideas eran las mismas.
Si los azares de mi carrera me envían un día de guarnición a algún rincón de los Alpes o a alguna aldea perdida de Argel, ¿podré pedirle que me siga? ¿Puedo condenarla a esta existencia de mujer de soldado, que en suma es, más o menos, la existencia del soldado? ¡Pensad en la vida que lleva hoy, en todo ese lujo, todos esos placeres!... Sí dijo el abate, esto es más serio que la cuestión dinero.
Es más: la poesía erótica es tan bella, entendida y realizada así, que, lejos de condenarla, la religión, por severa y espiritual que sea, ha solido valerse de sus frases vehementes y de sus acentos apasionados, para expresar los éxtasis y arrobos místicos, y los más sublimes misterios, aspiraciones y raptos del alma hacia lo infinito y lo eterno.
La priora estaba presente y a mí me extrañaba que no me hubiese ya interrumpido. ¡Figúrate mi dolorosa sorpresa cuando al fijar mis ojos en ella vi que los suyos estaban humedecidos por las lágrimas y que me miraba con un aire inquieto, como para penetrar mi intención y adivinar lo que yo había querido decir: «¡Qué, señora! añadí , ¿no iba por orden de usted para llevar algún encargo de usted?...» Un signo negativo... y ni una palabra, como si la hubiera costado demasiado condenarla más positivamente.
En todo cuanto decía su pobre marido encontraba ella pensamientos pecaminosos; todas las acciones de él eran mundanas: le quemaba los libros, le sacaba el dinero para obras pías, le llenaba la casa de padres misioneros, teatinos y premostratenses; y en cuanto se hablaba do conciencia y de pecados, empezaba á mentar los de todo el mundo, sacando á la publicidad de una tertulia frailuna la vida y milagros del vecindario, para condenarla como escandalosa y corruptora de las buenas costumbres.
No era precisamente una comida alegre, si bien Luis María, por lo menos, estuvo muy cordial conmigo. Querría decir lo mismo de la madre, pero por más esfuerzos que hacía para hacerme grata la mesa, evidentemente no ve en mí sino a un intruso a quien en ciertas horas su hija prefiere un millón de veces. Está celosa, y no debemos condenarla.
Palabra del Dia
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