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Recordaba las preces aprendidas en su niñez, y se deleitaba con las formas de religión, por pura novelería. Pero esta santidad de capricho no sofocaba, ni mucho menos, su orgullo dentro de la Iglesia. Más que el sermón ampuloso, más que el brillo del altar, más que la poesía del templo y las imágenes expresivas, la cautivaba el señorío que iba por las tardes a la Casa de Dios.

Mi madre escribía cartas y más cartas para concertar mi boda, y cuando yo le preguntaba con la mayor curiosidad: «Señora madre, ¿cómo va eso?», me respondía: «Anda a estudiar, mocoso. Ahora, con la novelería del casamiento no coges un libro en la manoPor fin mi mamá, a fuerza de cartas, lo arregló todo.

«Y qué, ¿qué es? preguntó Jacinta picada de la novelería . ¡Ah! Sagunto, ya... un nombre. De fijo que hubo aquí alguna marimorena. Pero habrá llovido mucho desde entonces. No te entusiasmes, hijo, y tómalo con calma. ¿A qué viene tanto ¡ah!, ¡oh!...? Todo porque aquellos brutos...». ¿Chica, qué estás ahí diciendo?

La Sanguijuelera, que había visto y gozado un número infinito de funciones de tal especie desde la entrada de María Cristina hasta la de D. Juan Prim, desde esta hasta las festividades del actual reinado, hallaba en aquel espectáculo desinteresados placeres. Encarnaba en la novelería, la bullanga y el entusiasmo monárquico del antiguo pueblo de Madrid.

Pero ello es que la lisonja y la envidia, la codicia ambiciosa, la curiosidad y la novelería aumentaban considerablemente el personal de la tertulia en el tiempo que medió entre el nombramiento y la salida de Rubín para su destino. Mucho ajetreo tuvo aquellos días para arreglar sus asuntos y proveerse de ropa.

Detesta ó teme la guerra, pero se encanta con las escenas militares, por lo que tienen de pintoresco y sorprendente, porque en el fondo de su carácter esencialmente conservador, reácio al progreso y apegado á las tradiciones, hay cierta veleidad de novelería que le tienta á inquirir en las poblaciones todo lo que tiene el sello de lo desconocido, ó que es superior á los alcances, los hábitos y las nociones que implica la vida campestre.

Ir de paseo al cementerio el día de finados por ver y hacerse ver, por aquello de ¿adónde vas Vicente?, a donde va toda la gente como se va a la plaza de toros, por novelería y por matar tiempo, es cometer el más repugnante y estúpido de los sacrilegios. Dejo en paz a los difuntos y vuelvo a las lloronas.

La noticia de este hecho, llevada por el viento de la novelería, penetró en los últimos y más apartados rincones de Madrid, en los palacios y en las covachas, y cuando ya todo el vecindario lo sabía, se enteraron del caso las monjas de los conventos, los enfermos de los hospitales y los presos de la cárcel. Las presas fueron las últimas en saber la ocurrencia.

De esta suerte, novelas, no ya de arte exquisito y profundo, sino con poco o ningún arte, aunque escritas en un momento dichoso y oportuno, han logrado más éxito, han tenido mayor resonancia, han importado más en los cambios sociales y en los grandes hechos históricos, que toda esa novelería tan encomiada por el señor Reyles.