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¿Qué sucedió entonces?... ¿Comprendió realmente aquel ángel de seis años el encargo de su abuela? ¿Habló por su inocente boca el ángel de la guarda de Diógenes?... Es lo cierto que la niña, sin asustarse de aquella horrible cabeza desgreñada, en que se pintaba ya la agonía de la muerte, sin mostrar repugnancia al asqueroso vaho que exhalaba el sudor del enfermo, hundió sus rosadas manitas en las blancas patillas del viejo, y tirando de ellas a medida que hablaba, según su antigua costumbre, díjole muy bajo, poniendo sobre el oído de él su roja boquita: Teno biscochos de Mendaro y te daré uno... Y no me traíste la muñeca que dicía papá y mamá; pero mamá abuela me compró un niño llorón grande, grande... Y dice mamá abuela que te vas a morí, y si quieres confesá... y yo rezaré por ti cuando rece por mi papá y por mi mamá y por el abuelito, que están en el cielo... Y yo iré también... ¿ quieres i?... ¡Pues confiesa!...

Cerca de ellas estaba la señorita de Morí, carirredonda, vivaracha, de ojos negros maliciosos, huérfana y rica. Un poco más allá la señora de Ciudad, dormitando sosegadamente hasta que llegaba la hora de recoger a las seis hijas que tenía diseminadas por los distintos parajes de la sala. Allá, en un rincón, su hermana María charlaba íntimamente con un joven.

Pues bien, la señorita de Morí, lejos de dejarse fascinar por la nueva posición de su apasionado, pareció encontrar ridículo tal nombramiento, a juzgar por el empeño con que desde entonces trató de evitar toda comunicación visual con él.

No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él veví o, por mejor decir, morí.

Pero Isidorito, contra lo que pudiera creerse dados sus vastos conocimientos jurídicos y su formalidad no menos vasta, experimentaba una leve contrariedad en sus amores. La señorita de Morí tenía por costumbre prodigar sonrisas amables a todo el mundo, derrochar miradas largas y apasionadas con todos los jóvenes de la población; con todos... menos con Isidorito.

Diga ozté Merluza, D. Enriquito: Merluza zoy, Merluza he zío y Merluza me he de morí el día meno penzao. Pues bien, mi amigo Merluza, el banderillero más barbián de la plaza de Málaga... Mis amigos D. Pablo López y D. Luis María Pastor, aficiona dos al arte.

D. José Echegaray, D. Marcelino Menéndez y Pelayo, D. Rafael Salillas, D. Emilio Cotarelo y Mori y D. Ramón Menéndez Pidal, fue premiado el libro de que damos aquí cuenta en resumen.

La circunstancia de haber nacido el Conde en Lisboa, por haber ido allí sus padres cuando Felipe II se coronó rey de Portugal, hace que el Sr. García Pérez le incluya en su catálogo. De su vida y de sus escritos inéditos publicó, pocos años ha, un libro interesante el Sr. Cotarelo y Mori.

Isidorito había amado a la señorita de Morí desde que tuvo conocimiento de lo que eran dotes y bienes parafernales, asombrando después por su fidelidad a toda la villa. Aquella pasión había hecho presa de tal suerte en su alma, que jamás se le vio cruzar la palabra ni dirigir una mirada incendiaria a otra mujer que no fuese la citada señorita.

Tenía fuero de enferma y nadie se lo tomaba a mal. Isidorito levantose silenciosamente y fue a arrimarse a la puerta del gabinete. Desde aquella posición inexpugnable comenzó a lanzar miradas abrasadoras, largas y profundas sobre la señorita de Morí, que recibió los fuegos de la batería con una calma heroica.