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Ya sortaste la tuya, camará dijo Potaje . Deja que Plumitas siga explicándose, que lo que él dise es mu güeno. El bandido acogió con desprecio la interrupción del banderillero, al que tenía en poco por su prudencia en el redondel. Yo leé y escribí. ¿Y pa qué sirve eso?

Era un impulso irresistible de vengarse de la acometividad y los caprichos de la otra en personas de su mismo sexo. Había momentos en que le era necesario confiar sus tristezas al Nacional, con ese impulso irresistible de confesión de todos los que llevan en el pensamiento un peso excesivo. Además, el banderillero le inspiraba, lejos de Sevilla, un afecto mayor, una ternura refleja.

Era el cura español que Maltrana le había enseñado varias veces de lejos: un hombrecito moreno, enjuto, vivo en sus movimietos, al que encontraba Fernando cierto aire ágil y garboso de banderillero. Su delgadez hacía más visible la exuberancia de un abdomen puntiagudo que parecía pertenecer a otro cuerpo.

Ca uno sale como puede, con su habilidad o su coraje, sin que le valgan recomendaciones de la tierra ni del cielo... tiees talento, Sebastián: debías de haber estudiao una carrera. Y en el optimismo de su alegría, miraba al banderillero como un sabio, sin acordarse de las burlas con que había acogido siempre sus enrevesadas razones.

El banderillero sintió nacer en su pensamiento un odio feroz por todo lo que le rodeaba, una aversión a su oficio y al público que lo mantenía. Danzaban en su memoria las sonoras palabras con que hacía reír a las gentes, encontrando ahora en ellas una nueva expresión de justicia.

Pero así que Gallardo se iba, estoque en mano, hacia un toro «de cuidado», el banderillero permanecía cerca de él, pronto a auxiliarle con su pesado capote y su brazo vigoroso que humillaban la cerviz de las fieras.

Tal vez hasta soñaba el banderillero con que una parte de la fortuna del espada pudiera llegar a manos de los ahijados. ¡Ladrón! ¡Un hombre que no era de la familia!...

Te presento a mi amigo José Calzada, célebre matador de toros que ya conocerás con el nombre de el Cigarrero, aunque hace muchos años que no mata en la plaza de Madrid... Su hermano Baldomero, el Serranito, banderillero de fama... Sebastián Campos... Enrique se detuvo vacilante antes de pronunciar el alias.

Las más de las veces era el doctor el único que hablaba, seguido en el curso de sus palabras por los ojos admirativos y graves del Nacional. ¡Lo que sabía aquel hombre!... El banderillero, a impulsos de la fe, retiraba a don Joselito, al maestro, una parte de su confianza, y preguntaba al doctor cuándo sería la revolución. ¿Y a ti qué te importa?

El banderillero asentía con movimientos de cabeza, aguardando la pregunta. ¿Qué deseaba saber la señora Carmen?... Que me diga usté lo que pasó en La Rinconá, lo que usté vio y lo que usté se figura. ¡Ah, buen Nacional! ¡Con qué noble arrogancia irguió la cabeza, contento de poder hacer el bien, dando consuelo a aquella infeliz!... ¿Ver? El no había visto nada malo.