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Las escalas enrevesadas del cornetín, sus cabriolas diabólicas, parecían una carcajada metálica de la muerte, que con el niño en sus brazos se alejaba á través de los esplendores de la vega. A la caída de la tarde fueron regresando los del cortejo. Los pequeños, faltos de sueño por las agitaciones de la noche anterior, en que les había visitado la muerte, dormían sobre las sillas.

Logos... contestan Theos. ¿Estará resfriado Narcisito? ¡Qué voz tan ronca tiene hoy! Sares... Está bien. Egéneto. ¡Pero qué voz tan ronca! Me quiere usted decir, Narcisito, ¿qué significan esas palabras enrevesadas?... Mentira parece que haya idiomas tan concisos y que en solo cuatro palabras se enjareten tantas cosas.

Los peldaños eran de ladrillos rojos y gastados, y las paredes, pintadas de blanco, estaban cubiertas en todas sus revueltas de grotescos dibujos y enrevesadas inscripciones de las gentes que subían a la torre atraídas por la fama de la Campana Gorda. Gabriel ascendía lentamente, jadeando y deteniéndose en cada tramo. Estoy malo, Esteban... muy malo. Este fuelle hace aire por todas partes.

Ca uno sale como puede, con su habilidad o su coraje, sin que le valgan recomendaciones de la tierra ni del cielo... tiees talento, Sebastián: debías de haber estudiao una carrera. Y en el optimismo de su alegría, miraba al banderillero como un sabio, sin acordarse de las burlas con que había acogido siempre sus enrevesadas razones.

Otro punto oscuro quería consultarle, y era que sentía deseos vivísimos de parecerse a aquella mujer, y ser, si no mejor, lo mismo que ella. Luego Jacinta no era demonio. Lo difícil era explicar esto de modo que el amigo Feijoo lo entendiese, porque ya se sabe que no se daba buena mano para encontrar las palabras que en el lenguaje corriente expresan las cosas espirituales y enrevesadas. viii

Habiéndose ofrecido al general para ayudarle a escribir cartas en ocasión en que éste se hallaba muy apurado, cumplió con tal exactitud, que apesar de que las epístolas eran un poco pedestres y enrevesadas, aquél aprovechó sus servicios algunas otras veces, y hasta recabó del jefe de la oficina que le dejase libre algunas horas a fin de no molestarle tanto.

Lo que don Acisclo quería era aquella alianza, y poco le asustaban las enrevesadas razones y fatídicos pronósticos en que se fundaba y que él se guardó bien de confiar a nadie. Sólo de cuando en cuando, si bien haciendo desmedidos encomios de la entereza, discreción, honradez y sabiduría de D. Juan Fresco, afirmaba D. Acisclo que era un ente.

Se desojaba para entender la letra antigua y las enrevesadas rúbricas de las escrituras; quería al menos separar lo correspondiente a cada uno de los tres o cuatro principales partidos de renta con que contaba la casa; y se asombraba de que para cobrar tan poco dinero, tan mezquinas cantidades de centeno y trigo, se necesitase tanto fárrago de procedimientos, tanta documentación indigesta.