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Gallardo sonreía, con movimientos afirmativos de cabeza, halagado ahora en su orgullo de artista. Aemás continuó el bandido , nadie dirá que yo he venío a La Rinconá a pedí ni un pedaso de pan. Gana el dinero lo mismo que yo: exponiendo la vía.

¿Y la mamita? ¿La señora Angustias? Tan famosa, grasias. Está en La Rinconá. ¿Y tu hermana y los sobrinillos? Sin noveá, grasias. ¿Y el mamarracho de tu cuñado? Güeno también. Tan hablador como siempre. ¿Y de familia nueva? ¿No hay esperanza? Na... Ni esto.

El banderillero quedó mudo por la sorpresa. En el cuarto del espada sonaron unos cuantos juramentos acompañados de roce de ropas y el golpe de un cuerpo que rudamente se echaba fuera del lecho. En el que ocupaba doña Sol notose también cierto movimiento que parecía responder a la estupenda noticia. Pero ¡mardita sea! ¿Qué me quié ese hombre? ¿Por qué se mete en La Rinconá? ¡Y justamente ahora!...

Señá Angustias, no me toque usté las ideas y deje en paz si quiere a don Joselito, que na tié que ver en too esto. ¡Por vía e la paloma azul! Yo fui a La Rinconá porque me lo mandó mi mataor. ¿Usté sabe lo que es una cuadrilla? Pues lo mismo que el ejérsito: disiplina y servilismo. El mataor manda, y hay que obedeser.

Usté lo ha dicho, señá Angustias; Juaniyo me da a comé, eso es. Y como me da a comé, tengo que obedeserle... Pero venga usté aquí, señora: póngase en mi caso. Que me dise mi mataor que hay que ir a La Rinconá... Güeno. Que a la hora de dirnos me encuentro en el otomóvil con una señorona mu guapa... ¿Qué vamos a haserle? El mataor manda. Aemás, no iba yo solo.

La fuenti, tal que usté lo sabe, está cayeju arriba de aquí, a medio cuarto de hora de un buen andar, subiendo, y en una rinconá muy jonda a la derecha, según se sube. Por estar tan a trasmanu del lugar y tan placentera de esta casa, solamente nusotros bebemos de eya; de suerte y modu, que es una soledá de las más solas a toas las santas horas del día y de la noche.

Nadie que viene a La Rinconá se va sin almorzar. Entraron todos en la cocina del cortijo, vasta pieza con chimenea de campana, que era el sitio habitual de reunión. El espada se sentó en una silla de brazos, y una muchacha, hija del aperador, se ocupó en calzarle, pues en la precipitación de la sorpresa había bajado con sólo unas babuchas.

Hase tiempo que quería venir a La Rinconá. «¿Por qué no he de ver de serca al señó Juan Gallardo, yo que le apresio y le he tocao parmasPero le veía a usté siempre con muchos amigos, o estaban en el cortijo su señora y su mare con chiquillos. Yo lo que es eso: se habrían asustao a morir sólo con ver al Plumitas... Pero ahora es diferente.

¿Y el Plumitas?... Mie usté que ahora, según paece, anda por cerca de La Rinconá. ¡Ah, el Plumitas! El rostro de doña Sol, obscurecido por el aburrimiento, pareció aclararse con una llamarada interior. ¡Muy curioso! Me alegraría de que usted pudiera presentármelo. Gallardo arregló el viaje.

El banderillero asentía con movimientos de cabeza, aguardando la pregunta. ¿Qué deseaba saber la señora Carmen?... Que me diga usté lo que pasó en La Rinconá, lo que usté vio y lo que usté se figura. ¡Ah, buen Nacional! ¡Con qué noble arrogancia irguió la cabeza, contento de poder hacer el bien, dando consuelo a aquella infeliz!... ¿Ver? El no había visto nada malo.