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Actualizado: 29 de mayo de 2025


El banderillero salió cabizbajo de esta entrevista y se fue en busca del maestro, encontrándolo a la puerta de los Cuarenta y cinco. Juan, he visto a tu mujer. Aqueyo está cada vez peor. Veas de amansarla, de ponerte bien. ¡Mardita sea! ¡Así acabe una enfermeá con ella, contigo y con mesmo!

El Nacional iba a caer también; no podía salirse de entre los cuernos: la fiera le llevaba ya casi enganchado... Gritaban los hombres, como si sus gritos pudieran servir de auxilio al perseguido; suspiraban de angustia las mujeres, volviendo la cara y agarrándose convulsas las manos; hasta que el banderillero, aprovechando un momento en que la fiera bajaba la cabeza para engancharle, se salió de entre los cuernos, quedando a un lado, mientras aquélla corría ciegamente conservando el capote desgarrado entre las astas.

El Nacional, vestido aún con el traje de lidia, se asomó varias veces, malhumorado y ceñudo, dando gritos y enfadándose porque no estaba dispuesto lo necesario para la traslación del maestro a su casa. La gente, al ver al banderillero, olvidaba al herido para felicitarle. Señó Sebastián, ha estao usté mu güeno. ¡Si no es por usté!...

Es un buen hombre, pero le han trastornao la cabesa con tanta mentira... ¡Caya y no me repliques! ¡Mardita sea! Te voy a yenar esa bocasa de... Y Gallardo, para tranquilizar a aquellos señores a los que creía depositarios del porvenir, abrumaba al banderillero con sus amenazas y blasfemias. El Nacional refugiábase en un silencio desdeñoso.

Debía ir al cuarto de doña Sol y rogarla que no bajase. El bandido se marcharía seguramente después del almuerzo. ¿Para qué dejarse ver de este triste personaje?... Desapareció el banderillero, y el Plumitas, viendo al maestro apartado de la conversación, se dirigió a él, preguntando con interés por las corridas que aún le quedaban en el año.

Parecía malhumorado, pero al ver a su banderillero fingíase sonriente y animoso, como si no hiciesen mella en él los disgustos domésticos. Aqueyo está mal, Juaniyo. No güervo a tu casa aunque me yeven arrastrando. Tu mare me insulta como si fuese yo un gitano de Triana. Tu mujer yora y me mira, como si tuviese yo también la curpa de too. Hombre, otra vez haz el favor de no acordarte de .

El Nacional renunció a las más altas glorias de la tauromaquia. Banderillero nada más. Se resignaba a ser un jornalero de su arte, sirviendo a otros más jóvenes, para ganar un pobre sueldo de peón con que mantener a la familia y hacer ahorrillos que le permitiesen establecer una pequeña industria. Su bondad y sus honradas costumbres eran proverbiales entre la gente de coleta.

A pesar del respeto que todo banderillero debe guardar a su matador, el Nacional había osado hablar un día a Gallardo con ruda franqueza, amparándose en sus años y en la antigua amistad. ¡Ojo, Juaniyo, que en Seviya se sabe too!

En vano el banderillero hacía memoria del suceso, con toda clase de detalles, para convencerla de que la desgracia había sido casual. No; Gallardo, según ella, había querido acabar para siempre, y a no ser por el banderillero, le habrían sacado muerto del redondel. Cuando terminaron las operaciones, la familia volvió a la casa.

Don Joselito, que había protestado con toda su elocuencia tribunicia, estaba en la cárcel junto con otros amigos. El banderillero, que deseaba compartir su martirio, se había visto obligado a abandonarlos para vestir el traje de luces e ir en busca de su maestro. ¿Y este atropello a los ciudadanos iba a quedar impune? ¿Y el pueblo no se levantaría?

Palabra del Dia

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