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Pero Gallardo y don José, que fumaban al otro lado de la mesa, con la copa de coñac al alcance de la mano, tenían ganas de hacer hablar al Nacional para reírse de sus ideas, y le azuzaban insultando a don Joselito: un embustero que trastornaba a los ignorantes como él.

Don Joselito, que había protestado con toda su elocuencia tribunicia, estaba en la cárcel junto con otros amigos. El banderillero, que deseaba compartir su martirio, se había visto obligado a abandonarlos para vestir el traje de luces e ir en busca de su maestro. ¿Y este atropello a los ciudadanos iba a quedar impune? ¿Y el pueblo no se levantaría?

Por eso los de la clase baja somos unos borregos. ¡Pero si estuviera aquí don Joselito!... ¡Por vía e la paloma azul! ¡Si le oyesen ustés cuando se suerta a hablar como un ángel!...

Currita titubeaba en la elección de modelo, y Jacobo, con la autoridad delegada que ejercía en aquella casa como amigo íntimo de Villamelón y primo cuarto de la condesa, hízola decidirse al punto por uno cualquiera, el más barato... Currita obedeció sin hacer ninguna observación, sin replicar una palabra: conocíase a las claras que estaba supeditada por completo a aquel hombre, que él era allí el amo, y todos en la casa, desde Villamelón hasta Joselito, desde la Albornoz misma hasta la última fregona, obedecían servilmente sus órdenes, adivinaban sus deseos y amoldaban a sus caprichos sus gustos propios.

El enano don Joselito le divertía mucho, y a él acudía con dudas misteriosas que el malvado pigmeo se apresuraba a resolver, poniéndole de manifiesto secretos tan curiosos como los que descubría a su discípulo el Diablo Cojuelo, el impuro y asqueroso Asmodeo... El niño iba atando cabos.

Y desde el maître d'hôtel hasta don Joselito, comenzaron a trabajar, sin dar apenas abasto en servir a la emocionada concurrencia un lunch improvisado, un pic-nic sustancioso. Era el marqués de Butrón una de esas medianías que en los tiempos de escasas notabilidades pasan por eminencias, debiendo sólo su altura a las escasas proporciones de los hombres y cosas de su época.

Y la verdad era para él a modo de una pelota de retazos, confusos y en desorden, de lo que había oído a don Joselito. Mirábanse los camaradas, asombrados de la sabiduría de su compañero, sintiéndose satisfechos de que uno de los suyos hiciese frente a gentes de carrera y las pusiera en aprieto, por ser clérigos casi siempre de pocos estudios.

Un hombre como , con mujer y con hijos, prestarte a esas alcahueterías... ¡Yo que te creía otro y tenía la confiansa en ti cuando salías de viaje con Juaniyo! ¡Yo que me queaba tranquila porque iba con una persona de carácter!... ¿Aónde están toas esas cosas de tus ideas y tu religión? ¿Es que eso lo manda la reunión de judíos que os juntáis en casa de don Joselito el maestro?

Una manotada de Potaje le interrumpió. Compare, ya había yo camelao denque te vi que eres rata de iglesia o argo paresío. El Nacional callaba, sin atreverse a estas confianzas, pero sonreía levemente. ¡Un sacristán convertido en bandido! ¡Qué cosas diría don Joselito cuando él le contase eso!... Me casé con la mía, y tuvimos el primer chiquiyo.

¡Pues buscarla en seguida! gritó Currita . ¡Pregunte usted a don Joselito, en la contaduría, en todas partes!... ¡Jesús! ¡Qué fastidio! Y daba pataditas en el suelo, llena de impaciencia, mientras Germán se lanzaba presuroso por toda la casa en busca de la llave.